lunes, 4 de octubre de 2010

La decisión del traumatólogo

21 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Era lunes. Se habían terminado las fiestas de mi pueblo y todo volvía a la normalidad. Siempre me resulta curioso cómo de la noche a la mañana los pueblos que terminan sus fiestas sufren un cambio radical. La gente que desde hace una semana ocupaba las terrazas de los bares ahora lo hacen en su lugar de trabajo, la ropa blanca de fiestas deja paso a los colores aburridos del día a día, y la calle ya no parece la misma pues le sobra silencio y le falta movimiento, voces, gritos y amigos en corros charlando. Los días después de fiestas siempre eran bastante deprimentes, pero por suerte yo no me tenía que quedar para verlo, ya que el día iba a ser ajetreado:

12:00: Despedirme de mis familiares.
15:30: Consulta con el traumatólogo en Pamplona.
17:30: Despedirme de mis amigos.
23:00: Autobús Pamplona-Alicante

Estaba algo nervioso ese día. Por fin iba a ir a Alicante. La verdad es que me daba pereza tragarme todo ese viaje en bus, 10 horas de autobús que se hacen interminables, pero era la única forma que tenía para poder estar el martes en Alicante. Una vez en Alicante tendría que coger un taxi e ir a mi residencia, desembalar cajas, organizar toda mi habitación, quedar con los amigos de allí, ponerme al día y por la tarde ir a clase durante 6 horas. Con sólo pensarlo me estresaba. Pero la verdad es que estaba más nervioso por la cita con mi traumatólogo.

Por fin llego la hora. Entré con mi madre a la Clínica. La sala de espera estaba bastante llena lo que era raro ya que era muy pronto aún. El traumatólogo salió muy rápido y me llamó. Entramos mi madre y yo a la consulta, y tras las típicas preguntas cordiales me mandó tumbarme en la camilla.

Me observó la cicatriz y me la palpó. Yo no notaba dolor y tenía la zona como dormida. Me imaginé que sería normal ya que sólo habían pasado dos semanas. Me flexionó el pie de diferentes formas. Yo sentía alguna molestia y se lo dije. Me comentó que era normal aún, y me preguntó si había hecho los estiramientos que me dijo. Le contesté que sí pero que llegaba a un punto en que me dolía bastante el tendón así que tenía que parar. Él guardó silencio.

Le comenté que sobre todo notaba dolor al subir las escaleras de mi casa, a lo cual él se levantó y con su acento característico (no os lo había comentado aún pero tenía acento del Sur de Navarra, así que cuando hablaba parecía que me estaba gritando) me dijo:

- ¿Cómo qué te duele al subir las escaleras?
- Emm... sí, pues cuando subo las escaleras me molesta bastante - contesté perdido.
- Pero, y tú ¿por qué subes escaleras? - me preguntó extrañado.
- Es que para dormir tengo que ir a mi habitación que está en el piso de arriba - le dije aún más perdido.
- Pero es que al subir las escaleras no tienes que flexionar el tendón. Estás recién operado, el tendón lo tienes aún algo débil. Tienes que andar así - y entonces se puso en su consulta a andar como Robocop o como una de esas muñecas de película que dan miedo dejando el pie totalmente rígido.

A partir de ahí empezamos una conversación que no me gustó mucho. No me echó la bronca ni nada, pero me dijo que no tenía que flexionar para nada el pie. Yo me quedé con cara de tonto. Toda la semana anterior (cuando había salido) había andado con muletas apoyando el pie lo mínimo y cargando mi peso en las muletas, pero lógicamente no andaba como Robocop, ya que en la anterior consulta me había dicho:

... deberás andar con chanclas para que no te roce... por lo pronto tienes que empezar a andar normal, apoyando, pero con muletas, y tienes que hacer estiramientos en el tendón de aquiles...

En esa consulta anterior tanto mi madre como yo le habíamos entendido que podía andar normal pero que tenía que andar apoyando mi peso en las muletas. Seguramente había sido una confusión nuestra o suya, da igual, pero el caso es que esa semana yo no lo había estado haciendo del todo bien. Lo bueno es que esa semana me la pasé casi por completo en casa así que mi pie no sufrió mucho.

Tras decirme todo eso me quedé un poco triste y preocupado, así que le pregunté.

- A ver, pero entonces, ¿el tendón está mal?
- No, no, el tendón lo tienes bien. Va mejorando poco a poco. Simplemente deberás andar sin flexionarlo ayudándote con las muletas - me contestó con una sonrisa.
- ¿Muletas? - pregunté oliéndome lo peor.
- Sí, por lo menos tienes que estar con muletas hasta la próxima consulta que tengas conmigo. ¿Cuándo te vas a Alicante? - me dijo mientras miraba su ordenador.
- Me voy esta noche
- ¿No te irás en coche, no? No puedes flexionar el tendón. Ni puedes conducir ni podrás hacer deporte hasta que te vuelva a ver - señaló.
- Me voy en autobús y he cogido dos plazas para ir más cómodo y con el pie en alto por si me duele. Y bueno, acerca de la próxima consulta... ¿cuándo será? - pregunté asustado temiendo lo peor.
- Pues a ver... tac tac tac tac tac.... A principios de noviembre.

Me hizo tumbarme en la camilla de nuevo y me puso una media muy extraña que presionaba bastante y que me impedía hacer movimientos bruscos con el tendón. Teniendo esa media especial no podía mover mucho el tendón, lo cual era bueno ya que así no lo forzaba. Tras darnos las últimas informaciones y tras desearme que me fuera todo bien salimos de la consulta.

De camino al coche no dije nada. Esta decepcionado conmigo mismo y muy enfadado con mi tendón. También estaba triste y me sentía algo impotente. Había llegado pensando en que me iba a ir a Alicante sin muletas y resulta que tenía que estar con muletas hasta principios de noviembre. Ir a clase con muletas, no poder salir los jueves, ni los viernes, ni los sábados.

- Bueno Pablo, míralo por el lado bueno, así tendrás tiempo para estudiar más - concluyó mi madre creyendo que eso me iba a aliviar.

Ni contesté.

Por la tarde volví a casa, terminé de preparar las maletas, estuve con mis amigos despidiéndome y ya se iba acercando la hora de marchar de nuevo a Pamplona a coger el autobús. Como el autobús salía a las 23:00 habíamos quedado con mi hermano Javier y su novia Natalia en un centro comercial para ir a cenar a un restaurante italiano. Ese restaurante me gusta mucho porque tienen ensaladas muy extrañas. A mí me gustan mucho las ensaladas. Además tiene siempre puesto el aire acondicionado y se está fresco, así que también me gusta por eso.

Después de cenar y de despedirme de mi hermano y su novia mis padres me llevaron a la estación de autobuses. Estaba todo bastante vacío. Me pregunté quién a parte de mí partiría un lunes a las 23:00 de la noche hacia a Alicante. Empezaron a llegar algunos árabes, algún chico joven, y tres o cuatro abuelillas.

Tras dejar el equipaje en el maletero me despedí de mis padres con un par de besos y me monté en el autobús. Dejé mi mochila en la parte superior y me senté en mis dos butacas. El autobús era cómodo y los asientos amplios. Tenía la televisión muy cerca y eso me gustó ya que así podría ver la película que echasen.

Y desde la ventana me volví a despedir de mis padres haciendo gestos con las manos. Detrás de mí se pusieron los dos hombres árabes. Hablaban muy rápido y con un tono elevado. En los asientos de mi derecha se sentó una chica joven y, tras verme las muletas me dijo que si quería podía apoyar mi pie en su asiento. Sonriendo le di las gracias y miré de nuevo por la ventanilla. Y mientras una abuela rezagada buscaba su sitio dejando entrever en su bolsa libros y caramelos de menta, el autobús cerró las puertas y el ruido del motor silenció el ambiente. Volví a mirar a mis padres, quienes saludaban con las manos, y el autobús se echó a andar, subió una rampa, y ya en la calle se perdió en la oscuridad.

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