viernes, 24 de septiembre de 2010

Visita al traumatólogo tras la operación

13 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Hoy tenía visita con el traumatólogo. Eran fiestas de mi pueblo y, paradójicamente, tenía ganas de marcharme a Alicante. No sé si anteriormente he dicho que tenía que andar con muletas. Es lógico pues no podía apoyar el pie ya que el tendón aún estaba débil debido a la operación. Me costaba andar con muletas. Es muy molesto, cansa y, además, te impide hacer las cosas con normalidad.

Como pasaba la mayor parte del tiempo en mi casa no estaba tan incómodo, y poco a poco iba empezando a poder apoyar el pie malo.

Estaba algo nervioso por ir al traumatólogo, pero más que nervioso lo que estaba era asustado. ¿Me dejaría marcharme ya a Alicante? ¿Tendría que seguir aún con muletas? ¿Me quitarían los puntos?

Llegué con mi madre a la Clínica San Miguel de Pamplona y esperamos en la sala de espera. Me empezaba a conocer esa sala perfectamente así como a los médicos que transitaban tranquilos los pasillos. Tras un poco de espera salió mi traumatólogo y me llamó. Me indicó que entrase en una sala en la que nunca había estado. Era una sala de curas en la que había una camilla, tijeras, vendas, y demás parafernalia de enfermería. Me senté en la camilla y esperé. Mi madre se quedó de pie junto a la puerta. Tras cinco minutos llegó de nuevo el traumatólogo vestido con un pijama blaco. Me imaginé que los días en que sólo pasaba consulta iría vestido de blanco, y cuando le tocase quirófano se ataviaría con el imponente pijama verde de cirujano. Nos saludó, y dijo:

- Bien Pablo, túmbate boca abajo en la camilla. Te voy a mirar cómo van esos puntos.

Echaba de menos aquellas preguntas de "¿En qué habíamos quedado?", "¿Qué fue lo que te dije en la última consulta?". Pensé que ya se conocería mi caso de memoria al haberme operado. Me tumbé, él se sentó en una silla, y quitó el apósito que tenía puesto. Riéndose dijo:

- ¿Pero qué desastre de apósito me llevas?
- Ya... es que me lo puse nuevo y se suelta siempre - contesté timidamente sin delatar a mi madre como la hacedora de tamaña chapuza.

Examinó la cicatriz. Mi madre miraba por encima de su hombro curioseando y viendo todo lo que me hacía, como si de una notario se tratase.

- Esto está perfecto. Voy a quitarte los puntos. Muérdete los dientes que esto igual te duele un poco - comentó tranquilo.

Cogió unas pinzas extrañas y empezó a soltarme los puntos. Uno, dos... ¡Ay!... tres, cuatro, ¡Ah!... cinco. Me dolió un poco pero no fue para tanto. Terminó, me curó la cicatriz de nuevo, me aplicó un spray muy frio que imagine que sería un anestésico local para aliviar el dolor, y puso unos puntos de papel.

- Bien Pablo. Ya está. Tiene muy buena pinta. Te he dejado dos puntos de papel para que se termine de cerrar del todo. Deberás andar con chanclas para que no te roce - señaló mientras se levantaba de la silla.
- ¡Qué bien! ¿Y ahora? - pregunté.
- Pues por lo pronto tienes que empezar a andar normal, apoyando, pero con muletas, y tienes que hacer estiramientos en el tendón de aquiles. ¿Sabes cómo se estira el tendón de aquiles?
- Sí, de la misma forma que cuando estiras gemelos, ¿no? - contesté dudando.
- Eso es. Y empieza a flexionar también el pie para que vaya ganando flexibilidad.

Bien. Eso me gustaba. Pensaba que ya había terminado todo, pero en ese momento soltó la temida frase que me sentó como un flechazo por la espalda.

- Ale, pues ya está. Tienes que pedir vez para el lunes que viene, que quiero ver como te va.

Excitación, alegría, tranquilidad, confusión, miedo, enfado y, finalmente, impotencia. El cerebro humano es capaz de registrar gran cantidad de emociones en muy pocos segundos.

Así que tuvimos que volver a pedir vez para la semana siguiente, lo que significaba que no podía marcharme aún a Alicante, lo que significaba que me iba a tener que quedar en mi pueblo, lo cual hubiera estado bien teniendo en cuenta que eran fiestas, pero estar de fiestas con muletas no era un buen plan.

Y triste, abandoné la Clínica, vagando por los pasillos como alma en pena como si me acabaran de dar una malísima noticia. Y es que para mí estar sin (poder) hacer nada, en casa, solo, mientras los demás se divertían, era una muy mala noticia.

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