sábado, 25 de septiembre de 2010

Una semana tranquila

13-20 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Desmotivado, impotente y triste. Así pasé esa semana. Todos mis amigos disfrutaban de las fiestas. Mis padres disfrutaban de las fiestas. Toda mi familia disfrutaba de las fiestas. Pero yo estaba en casa. Tenía que estarlo. Películas, series, televisión... ¡si hasta me aficioné y me tragué todos los programas del corazón! Eso era un grave síntoma de aburrimiento.

Por las tardes casi todos mis amigos iban a los toros. No es que sean protaurinos. Simplemente que si no se va a los toros no hay nada que hacer en toda la tarde. De hecho, los jóvenes que van a las corridas de toros lo hacen sobre todo para beber en sociedad sin prestar casi atención al ruedo. Y para muestra un botón.


Luego las estadísticas protaurinas dirán que los jóvenes también apoyan el toreo o que las plazas españolas están llenas de adolescentes queriendo ver cultura. En el mundo de la información a estos fenómenos de desinformación se les conoce como crear un "efecto acumulativo" o una "imprecisión intencional".

Alejándome de la polémica quiero decir que también había algún amigo que no iba a los toros, así que alguna tarde quedábamos en algún bar para echar unas cervezas y así pasar la tarde. Mi rutina era la siguiente:

- 11:00: estaba despierto pero, ¿para qué levantarme si no tenía nada que hacer? Así que seguía durmiendo.
- 15:00-16:00: despertaba por fin y comía algo.
- 17:00: quedaba y salía a la calle (con muletas, por supuesto).
- 20:00: empezaba a haber mucha gente por la calle, así que regresaba a casa.
- 21:00-03:00: veía películas, series, la televisión... no tenía sueño ni podía dormirme.
- 03:00: dormir.


Y esa era mi rutina, y como era tan aburrida (excepto por esas tres horas que salía a la calle) prefería estar durmiendo en estado casi de coma que estar tumbado en el sofá sin hacer nada. En los dos casos no hacía nada pero la diferencia era que mientras dormía no podía aburrirme. Sueño mucho y llego a tener hasta 5 sueños distintos en una noche. Por la mañana siguiente soy capaz de recordarlos todos con todo lujo de detalles pero enseguida se me olvidan, aunque durante el día empiezo a recordarlos de nuevo. Creo que soy onironauta. Suena un poco friki, pero es que mientras sueño puedo elegir los detalles de mi sueño. Si por ejemplo estoy soñando con que estoy en un edificio en llamas, puedo elegir tirarme por la ventana y volar hasta un bosque donde los árboles son de chocolate. No sé, puedo controlar algunas cosas que pasan en mis sueños, y los vivo como si fuesen totalmente reales. No me pasa siempre, pero sí habitualmente. Hace tiempo creía que todo el mundo podía hacer esas cosas pero creo que no todos pueden. No sé por qué ni a qué se deberá. Durmiendo también me han pasado otras cosas curiosas. A parte de que desde siempre he hablado y gritado en sueños, alguna vez me he despertado de la cama estando dormido. También, una vez, me desperté de un sueño y no podía moverme. Yo sabía que estaba despierto porque cuando estoy soñando sé que estoy soñando. Estaba bloqueado. Sentía cosas. Veía la habitación perfectamente y sentía a alguien al lado, pero no sabía ni si tenía los ojos abiertos o cerrados. Estaba como alucinando. Después me enteré de que eso se llama parálisis del sueño. Recomiendo que leáis el artículo ya que es bastante interesante. Yo soy muy escéptico así que todo esta verborrea no la pongo para hacer apología de ciencias ocultas ni cosas por el estilo.

Siempre me voy del tema... He empezando hablando de toros y he terminado comentando trastornos del sueño. Y todo para decir que esa semana fue muy muy aburrida. El viernes salí. Me animé a salir, pero lo hice sólo con una muleta. De no ser así hubiese sido físicamente imposible. Pero no por la incapacidad de atravesar con dos muletas toda la marabunta, sino porque con dos muletas... ¡no podría haber sujetado el cubata!

El sábado me quedé en casa, y el domingo -que ya no eran fiestas- decidí que el lunes por la noche me iría a Alicante en autobús.

- Pero Pablo, chico, espérate al lunes a ver qué te dice el traumatólogo. O si no, te vas en avión el miércoles - me comentaba mi madre intentándome convencer de no coger el billete de autobús.
- A ver mamá. Si el traumatólogo me dijese que me puedo ir ya, no voy a esperar al avión que sale el miércoles, así que me iría en autobús el lunes. Si me dijese que tengo que volver, me diría como mínimo para volver en una semana, y esa semana no quiero estar aquí, sino en Alicante. Así que diga lo que diga me iría el lunes, así que me voy el lunes. Tengo que coger el billete ahora porque si no me tocará ir en el autobús malo y es muy incómodo para tener que viajar durante 10 horas - le argumenté.

Al final le convencí y le pareció bien que me fuese el lunes en autobús. El autobús saldría a las 23:00 y llegaría a Alicante a las 08:00. Era insufrible pero era lo único que podía hacer si quería estar ya en Alicante. Me estaba perdiendo clases, y en mi pueblo me aburría mucho. Pensé que en el autobús igual iría algo incómodo porque aunque es confortable, el trayecto es muy largo y podía cansárseme el pie, así que me cogí dos asientos, como esas personas que salen en las películas y que para caber tienen que cogerse dos plazas de avión. Con los dos asientos podría tener el pie en alto y más cómodo.

Y mientras pasaba el domingo yo ya estaba contando las horas que faltaban para que saliese el autobús y así poder irme a Alicante libre, sin muletas. Pero ¡ay! ingenuo de mí...

viernes, 24 de septiembre de 2010

Visita al traumatólogo tras la operación

13 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Hoy tenía visita con el traumatólogo. Eran fiestas de mi pueblo y, paradójicamente, tenía ganas de marcharme a Alicante. No sé si anteriormente he dicho que tenía que andar con muletas. Es lógico pues no podía apoyar el pie ya que el tendón aún estaba débil debido a la operación. Me costaba andar con muletas. Es muy molesto, cansa y, además, te impide hacer las cosas con normalidad.

Como pasaba la mayor parte del tiempo en mi casa no estaba tan incómodo, y poco a poco iba empezando a poder apoyar el pie malo.

Estaba algo nervioso por ir al traumatólogo, pero más que nervioso lo que estaba era asustado. ¿Me dejaría marcharme ya a Alicante? ¿Tendría que seguir aún con muletas? ¿Me quitarían los puntos?

Llegué con mi madre a la Clínica San Miguel de Pamplona y esperamos en la sala de espera. Me empezaba a conocer esa sala perfectamente así como a los médicos que transitaban tranquilos los pasillos. Tras un poco de espera salió mi traumatólogo y me llamó. Me indicó que entrase en una sala en la que nunca había estado. Era una sala de curas en la que había una camilla, tijeras, vendas, y demás parafernalia de enfermería. Me senté en la camilla y esperé. Mi madre se quedó de pie junto a la puerta. Tras cinco minutos llegó de nuevo el traumatólogo vestido con un pijama blaco. Me imaginé que los días en que sólo pasaba consulta iría vestido de blanco, y cuando le tocase quirófano se ataviaría con el imponente pijama verde de cirujano. Nos saludó, y dijo:

- Bien Pablo, túmbate boca abajo en la camilla. Te voy a mirar cómo van esos puntos.

Echaba de menos aquellas preguntas de "¿En qué habíamos quedado?", "¿Qué fue lo que te dije en la última consulta?". Pensé que ya se conocería mi caso de memoria al haberme operado. Me tumbé, él se sentó en una silla, y quitó el apósito que tenía puesto. Riéndose dijo:

- ¿Pero qué desastre de apósito me llevas?
- Ya... es que me lo puse nuevo y se suelta siempre - contesté timidamente sin delatar a mi madre como la hacedora de tamaña chapuza.

Examinó la cicatriz. Mi madre miraba por encima de su hombro curioseando y viendo todo lo que me hacía, como si de una notario se tratase.

- Esto está perfecto. Voy a quitarte los puntos. Muérdete los dientes que esto igual te duele un poco - comentó tranquilo.

Cogió unas pinzas extrañas y empezó a soltarme los puntos. Uno, dos... ¡Ay!... tres, cuatro, ¡Ah!... cinco. Me dolió un poco pero no fue para tanto. Terminó, me curó la cicatriz de nuevo, me aplicó un spray muy frio que imagine que sería un anestésico local para aliviar el dolor, y puso unos puntos de papel.

- Bien Pablo. Ya está. Tiene muy buena pinta. Te he dejado dos puntos de papel para que se termine de cerrar del todo. Deberás andar con chanclas para que no te roce - señaló mientras se levantaba de la silla.
- ¡Qué bien! ¿Y ahora? - pregunté.
- Pues por lo pronto tienes que empezar a andar normal, apoyando, pero con muletas, y tienes que hacer estiramientos en el tendón de aquiles. ¿Sabes cómo se estira el tendón de aquiles?
- Sí, de la misma forma que cuando estiras gemelos, ¿no? - contesté dudando.
- Eso es. Y empieza a flexionar también el pie para que vaya ganando flexibilidad.

Bien. Eso me gustaba. Pensaba que ya había terminado todo, pero en ese momento soltó la temida frase que me sentó como un flechazo por la espalda.

- Ale, pues ya está. Tienes que pedir vez para el lunes que viene, que quiero ver como te va.

Excitación, alegría, tranquilidad, confusión, miedo, enfado y, finalmente, impotencia. El cerebro humano es capaz de registrar gran cantidad de emociones en muy pocos segundos.

Así que tuvimos que volver a pedir vez para la semana siguiente, lo que significaba que no podía marcharme aún a Alicante, lo que significaba que me iba a tener que quedar en mi pueblo, lo cual hubiera estado bien teniendo en cuenta que eran fiestas, pero estar de fiestas con muletas no era un buen plan.

Y triste, abandoné la Clínica, vagando por los pasillos como alma en pena como si me acabaran de dar una malísima noticia. Y es que para mí estar sin (poder) hacer nada, en casa, solo, mientras los demás se divertían, era una muy mala noticia.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Fiestas de mi pueblo. Y yo, en casa

11 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Era 11 de septiembre. Esta fecha es de las más importantes del año para muchos, pues empiezan las fiestas de mi pueblo. Del 11 al 18 una semana ininterrumpida de fiestas, alcohol y juerga.

Normalmente todos los años por esas fechas me levanto a las 09:00, me ducho, me visto, y salgo a la calle al almuerzo de la juventud. Me visto con pantalón blanco, camiseta blanca, pañuelo rojo, faja roja y una blusa negra. Todos vamos vestidos iguales y eso me gusta.

Pero este año era distinto. Toda mi familia se levantó muy pronto y salieron a la calle, pero yo me quedé en casa porque aún no podía apoyar el pie. Desde el sofá oía los gritos nerviosos de los niños del barrio y el vocerío de toda la juventud que salía de casa. Yo lo tenía asumido, pero aún así me molestaba tener que estar en casa.

Encendí la televisión. Igual en el canal de televisión local echaban el chupinazo. Pero no. Lógicamente la crisis había llegado a las arcas municipales y no había presupuesto para retransmitirlo en directo y así hacer vibrar a la mucha gente (ancianos sobre todo) que por una causa u otra no pueden salir de casa. En cambio, sí había dinero para alargar las fiestas un día más. Parece ser que la crisis es algo subjetivo.

En un sillón tenía tres libros que me habían regalado mi hermano y su novia el día anterior. Los títulos eran: "El fotógrafo y la muerte" de Antonio López Alonso, "El camino de la felicidad" de Jorge Bucay, y "Huesos, piedras y estrellas. La datación científica del pasado" de Chris Turney. Los tres libros tenían muy buena pinta y pensaba leérmelos, pero ahora no me apetecía.

Así que me quedé en el sillón con el pie en alto mientras me daba hielo. Y ahí me quedé todo el día, viendo series, leyendo alguna revista que tenía por ahí, durmiendo...

No me gustaba esta forma de pasar las fiestas; en casa, solo, aburrido, muriéndome de asco lentamente... pero esto sólo era el principio de un bucle de aburrimiento en el que pronto caería.

Sin vendas para celebrar mi cumpleaños

10 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Era viernes, y era mi cumpleaños. Me levanté muy pronto porque volvía a tener vez con la enfermera. Mi madre estaba trabajando y me despertó mi padre.

- Pablo, arriba. Venga. Ya - me dijo mientras abría la persiana.
- Qué... grrr... bffff... psss- balbuceé mientras me ponía la sábana por encima de la cabeza como para esconderme del reloj.

Hice la rutina habitual de la ducha. Ya le había cogido el truco y me duchaba bastante rápido y de una forma muy sincronizada. Desnudarse, cubrir pie, toalla, meterse dentro, 1, 2, 3...

Desayuné y me felicitó mi padre. Normalmente mi familia nunca me llama para felicitarme ya que todos vienen a mi casa por la tarde, pero me llamó Natalia, la novia de mi hermano. Fue la única que me llamó en toda la mañana.

Llegamos al centro de salud. Había menos gente que el otro día. Me imaginé que como era viernes la gente no querría coger la baja y esperaría al lunes. Claro, no querían que nadie les estropease el fin de semana. Parece una estupidez pero los estudios dicen que el 31% de las bajas laborales de la semana se da los lunes. ¿Será porque después del fin de semana el cuerpo nos va más lento y tenemos menos reflejos? Es decir, ¿es algo normal, orgánico? Puede, pero quizás también suceda porque España es el país de las personas listas (que no inteligentes), la inmoralidad y la picaresca. Picaresca, arana, ardid, artería, astucia, cuento chino, embaucamiento, embustes, engaño, estrategema, farfolla, fullería, sofisma, superchería... Como veis como abunda la picaresca también abundan sus sinónimos.

Siguiendo con el hilo. Me senté, esperé unos minutos y me atendió de nuevo la enfermera. Me descubrió las vendas y examinó la cicatriz. Tenía buena pinta y me dijo que no estaba nada inflamada. ¡El hielo y las horas que pasaba viendo series mientras mantenía el pie en alto dieron sus frutos! Me limpió y, en vez de cubrirme con vendas, me dejo un apósito. Era mucho más cómodo y por fin podría andar con chanclas. Me fui del centro de salud apoyando con los dos pies lentamente. Aún me dolía bastante al apoyar por lo que evitaba hacerlo. Además, tenía el tendón muy rígido y casi no tenía movilidad. Al llegar a casa lo primero que hice fue sacarme una foto del pie.

NOTA: Como se ve, la cicatriz iría desde el talón hasta la parte superior del tobillo. Se aprecia que la cicatriz no está donde comunmente se creería que está el tendón de aquiles. Esto es así porque la tendinitis la tengo en la inserción con el hueso calcáneo y no más arriba.

Ese día lo pasé muy bien. Me mandaron mensajes al movil, me llamaron amigos de Alicante, y me felicitaron todos mis amigos de la cuadrilla. Quedé con ellos en la bajera ("bajera" se llama en Navarra al local, un lugar o espacio cubierto y cerrado que suele alquilarse por la cuadrillas para pasar el rato , hablar, ver la televisión, jugar al póker, etc.). Además, vinieron todos mis familiares a verme por mi cumpleaños y estuvimos en el jardín de mi casa merendando todos juntos y hablando de mil cosas.

Fue un gran día, y tenía ganas de que llegara el lunes ya que tenía vez con el traumatólogo. ¿Qué me diría? ¿Me quitaría las grapas? ¿Me dejaría irme ya a Alicante? También tenía ganas de empezar a apoyar el pie del todo para ver el resultado de la operación.

Pronto tendría respuestas a todas esas preguntas.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La consulta con la enfermera

8 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Hoy me tocaba consulta con la enfermera. Tenía a las 10:00 así que me levanté pronto. Me metí al baño y me duché. La ducha era como un circuito de obstáculos. Me tenía que desnudar, pero no podía apoyar el pie en el suelo, así que daba bastante pena. Me cubría todo el vendaje con un calcetín que había dado de sí lo suficiente como para caber, y me cubría todo con papel de film (ese transparente para envolver alimentos). Con eso ya estaba preparado para meterme a la ducha, pero claro, no podía apoyar el pie malo, así que tenía que colocar una toalla en la barra horizontal de la mampara de la bañera y meterme a pulso sujetando la toalla. Después tenía que dejar el pie malo fuera de la bañera aguantándome sólo con el otro pie dentro, porque claro, si apoyaba el pie a parte de que podían soltarse los puntos me dolería muchísimo. Y despues ya sólo tenía que coger la alcachofa de la ducha y la esponja, y ducharme rápido porque si no me cansaba estando en esa posición. Cuando terminaba tenía que salir otra vez sujetándome a la toalla, y c'est fini. Pero después tenía que secarme, vestirme, y bajar las escaleras para ir a la cocina. Pues eso, a lo tonto me tenía que levantar una hora antes para que me diese tiempo a hacer todo.

Una vez desayunado me llevó mi padre en coche al centro de salud. La sala de espera estaba llena y un 90% eran abuelos. Como vivía en un pueblo todo el mundo conoce a todos, y eso no me gusta nada. No me gusta ir por la calle y que todo el mundo sepa quién eres y qué haces. Todos son unos cotillas.

Me senté en una silla y noté como a mis espaldas algunos abuelos comentaban cosas sobre mí. Se acercó una mujer mayor, de unos 70 años.

- Hola. Pero chico, ¿qué te ha pasado?- me dijo dando voces mientras se sentaba a mi lado.
- Hola. Pues que me han operado del tendón de aquiles y... - le dije cansado.
- ¡Ay vaya ya lo siento! ¿Tendón de aquiles? ¿Y ahora te dolera, no? Pues chico yo vengo porque tengo neumonía, y ya me ha dicho mi hija que tengo que tomarme las pastillas que me dio el médico porque si no, no se me pasará. Pero chico no sé yo, tantas pastillas... Porque ahora estoy tomando amoxicilina pero, no sé, yo quiero que me dé otra cosa. ¿Y tú? ¿Has tenido neumonía alguna vez? - sus palabras eran como proyectiles saliendo de una ametralladora. Con lo que hablaba no me extraña que le hubiese entrado neumonía.
- ¿Qué? ¿Yo? No, no, qué va... - contesté.
- Bueno oye pues nada, te dejo que ahora me tocará a mí. Qué nervios, igual se me ha complicado la neumonía. Ay Dios. Pues nada oye, a ver si nos vemos pronto y que vaya bien tu rodilla

Me quedé pensando y ni me preocupé de decirle que el tendón de aquiles no está en la rodilla. Miré a mi padre que estaba sentado a mi lado y le dije:

- Oye pero, ¿quién era ésta?
- Ah, no sé. Yo no la conozco, pensaba que la conocías tú - contestó.

Al final salió la enfermera, de unos 45 años. Me llamó y entré lo más rápido que pude. La consulta era totalmente blanca, con mucha luz, y tenía todo muy ordenado. Me mandó tumbarme en la camilla, me quitó el vendaje y vi que no llevaba puntos, sino grapas. Me dijo que tenía 5 grapas y que la cicatriz tenía muy buena pinta. Estaba cerrando muy bien y no estaba casi inflamada. Me dijo que tenía un poco inflamados los puntos de abajo, y me explicó que se debe a que la sangre, por gravedad, va hacia los puntos de abajo, dejando algo más de inflamación. Me limpió con betadine y volvió a tapar todo con gasas y vendas.

Me dijo que podía andar apoyando un poco, y que el mismo dolor me avisaría de si podía apoyar o no. También me dijo que volviese pasado dos días para volver a curar la herida.

Así que me fui a casa bastante contento porque ya podía apoyar algo.

Por la tarde estuve con los amigos y por la noche, como me aburría, decidí crear este blog. Creí que con un blog me entretendría. Además, podría ayudar a gente en mi misma situación. Aproveché y me saqué una foto del pie para ponerla cuando me tocase una entrada al respecto. Y como toca ahora, pues la pongo.

He aquí mi dolorido pie 2 días después de la operación.


La verdad es que pensaba que el blog me iba a durar poco porque tendría pocas visitas y a nadie le interesaría, pero aquí sigue guste o no.

Y viendo series en Internet, escribiendo el blog, y leyendo pasé el tiempo.

Hogar dulce hogar...

7 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Había pasado sólo un día desde la operación. Pasé todo el día en casa, sin salir. Tenía bastantes dolores en el pie. El traumatólogo me había mandado una medicación para el dolor, pero fuimos a la farmacia y nos dijeron que esa medicación sólo existe para poner de forma intravenosa y sólo se suministra a hospitales, así que me dijeron que tomase unos cuantos nolotiles líquidos y, de esa forma, se me pasaría el dolor. El nolotil líquido equivale más o menos a dos pastillas de nolotil, y el nolotil pinchado equivale a tres pastillas. Con mi dosis diaria de nolotil líquido pasé bien el dolor y sólo sentía alguna molestia.

Mi casa tiene dos pisos. Siempre me había gustado que tuviese dos pisos pero juraba en arameo cada vez que tenía que subir las escaleras para ir a mi habitación.

Me dí hielos unas tres veces al día para conseguir que no se me inflamase la cicatriz e intentaba mantener siempre el pie en alto. No me levanté casi del sofá ni de la cama porque eso suponía usar las muletas y era un incordio tener que andar sin apoyar el pie.

Al día siguiente tenía vez con la enfermera en el Centro de Salud. Y mientras tanto veía series en Intenet. Sí, soy un pirata, pero Seriesyonkis.com te ofrece cualquier serie que quieras ver y es difícil no caer en la tentación. Vi toda la temporada 6ª de House M.D. y capítulos sueltos de Padre de familia. Por lo menos estuve entretenido.

EL DÍA "D". Parte 4: El post-operatorio

6 DE SEPTIEMBRE DE 2010

El quirófano estaba lleno de gente. Todos me miraban.

- Hay que amputar - decía un cirujano muy alto de ojos grises.
- ¡No, espera, joder, espera! - grité asustado.
- Doctor, no le va a dejar así, estando despierto. Mejor durmámoslo - señalaba una enfermera que estaba situada junto a mí.

El cirujano cogió un serrucho y la enfermera me puso una mascarilla para dormirme, pero seguía despierto. Todo pasaba muy rápido. La gente salía y entraba del quirófano como si fuese un mono de feria, sólo para verme. Noté cómo el cirujano aproximaba la sierra a mi rodilla, y en ese momento desperté. Mi madre estaba sentada en un sillón, y mi padre frente a ella, en una silla bastante incómoda.

- ¡Qué mal! He tenido una pesadilla - balbuceé medio dormido.
- Pero si sólo llevas dormido media hora - comentó mi madre.

Estuvimos un rato hablando, viendo la tele. Yo estaba intentando mover las piernas, pero no podía. La pierna izquierda la podía mover un poco, pero la derecha la tenía totalmente dormida. Como me habían operado del tendón del tobillo derecho, el anestesista me había puesto la epidural de tal forma que la pierna derecha era la que más dormida tenía. Y así pasé la tarde, pellizcándome las piernas y haciendo mucha fuerza para moverlas. Pero era imposible hacer fuerza porque no sentía nada, así que desistí y me centré en mi otro gran problema de la tarde.

Con la anestesia epidural no notas nada de cintura para abajo. Y claro, no sentía mis partes, por lo que no podía orinar. La verdad es que no sentía si tenía ganas o no, pero me imaginé que tendría muchas ya que antes de entrar al quirófano había intentado ir al baño, pero en ese momento entró el celador a afeitarme el tobillo y tuve que quedarme con las ganas. Habían pasado unos 8 horas desde la última vez que fui al baño, así que tenía que hacer algo por lo que me centré en intentar solventar el inconveniente. La enfermera me había dejado un tubo para orinar ya que no podía levantarme de la cama. Me quedé pensando un momento, y justo entonces llegó una enfermera:

- Pablo, ¿qué tal? ¿Cómo te encuentras? - dijo muy simpática.
- Bueno, bien, pero no noto aún nada, y ya han pasado dos horas - le comenté.
- Sí, bueno, tú tranquilo, la anestesia epidural es bastante lenta y tarda mucho en irse. Paciencia - contestó.
- Ya, pero... no puedo mear - dije tímidamente.
- Es normal. De hecho mucha gente se orina en la cama porque con la anestesia epidural no controlas los esfínteres. Te lo digo para que sepas que si te pasa eso es completamente normal.

Me preguntó si necesitaba algo y le dije que tenía mucha sed. No tardó en traerme un zumo. El color del zumo no era muy apropiado para ese momento, pero me lo tomé, pues llevaba casi un día entero sin comer ni beber. Durante la tarde me estuvieron visitando familiares, y todos se iban a la cafetería a tomar algo. A mí me daban mucha envidia, pero era lo que había.

De repente tuve un plan. Cogí el tubo de orinar y me lo coloqué en posición. Pasaría toda la tarde con el tubo puesto en la zona, y así no me mearía en la cama. No quería que me tuvieran que limpiar y cambiar las sábanas.

Y así pasé la tarde, con el tubo colocado y preparado para una posible evacuación forzada. Y mientras me visitaban mis tíos yo fui empezando a notar los pies, luego las piernas enteras... pero no notaba lo importante, y seguía sin poder orinar.

En ese momento llegó el traumatólogo. Estuvo muy poco tiempo y se notaba que estaba bastante cansado. Había estado desde las 15:00 hasta las 20:00 operando. Me dijo que en la operación no había visto nada raro a parte de la tendinitis. Me indicó que dentro de una semana tenía que volver a quitarme las grapas y que entonces me contaría más detenidamente. Me obligó a andar en muletas 15 días y tras responder a las preguntas habituales de mi madre, se fue sonriendo.

Al poco tiempo entró la enfermera, y me preguntó si quería cenar. Le dije que sí porque tenía muchísima hambre. Le dije que aún no había orinado, y me dijo que era normal pero que si en una hora no lo conseguía me tendrían que poner una sonda vesical para evacuar la orina de mi vejiga. Me asusté. No quería que me pusieran una sonda vesical porque el dolor tendría que ser insoportable. Bueno, a mí lo del dolor no me importaba porque tenía todas mis partes dormidas, pero no quería que me metiesen nada por ahí. La enfermera se fue y yo me quedé asustado. Intenté hacer fuerza pero era imposible. No podía hacer fuerza, era como si no tuviese uretra y en su lugar hubiese un vacío. Mi padre se reía, fue al baño y encendió el grifo. Volvió, se sentó, y le dije irritado:

- Te has dejado el grifo abierto. ¿Por qué haces eso?
- Tú piensa en las ganas que tienes de orinar, concéntrate en el sonido del grifo, y haz fuerza - me contestó como si fuese un psicoanalista.

Le hice caso. Hice fuerza, me concentré en el ruido del grifo que, aunque pareciese mentira, me daba ganas de orinar, e hice fuerza.

- Que no, que no funciona, al final me pondrán la puta sonda, y no quiero, juuuu - protesté.

Estaba enfadado conmigo mismo y con mi uretra por hacerme todo esto. ¿Por qué le costaba tanto despertarse? ¿Y si no volvía en sí? Cabreado cogí el tubo que tanto tiempo había estado entre mis piernas, y lo levanté como para tirarlo, pero, para sorpresa mía, pesaba mucho. Lo saqué de debajo de las sábanas y... ¡¡estaba lleno!! Yuhuuuu. Por fin lo había conseguido. Estaba muy contento. Le di el tubo a mi madre quien lo llevó al baño y lo vació. En ese momento entró un chico con una bandeja, me la colocó en la mesilla, y la abrió. Ensaladilla rusa y carne con zanahorias. Yuhuuuu.

Cené, se empezó a ir la gente, y me quedé a solas con mi madre. Eran ya las 22:00. Y mientras mi madre se comía un bocadillo para cenar que le habían traído de la cafetería, yo me puso a ver la tele. Era lunes y echaban "El Internado". Nos quedamos viendo la televisión hasta las 00:00 y después nos fuimos a dormir.

Pasé mala noche porque me dolía mucho el tobillo. Las piernas se me habían despertado y me daban pinchazos en el tendón. Tuvo que venir la enfermera en 3 ocasiones para ponerme medicación intravenosa, y para ponerme el termómetro. No tenía fiebre y al final conseguí dormirme.

Por la mañana siguiente notaba todo mi cuerpo, y me puse contento. El cielo estaba muy nublado y la estampa era bastante deprimente. Vino un chico y me trajo el desayuno. Lo tomé y mi madre empezó a preparar la maleta para irnos. Me quité la bata, me incorporé, y observé cómo tenía toda la cama manchada de yodo ya que me habían untado la espalda con betadine para ponerme la epidural. Intenté levantarme de la cama, fui al baño torpemente, me lavé la cara y los dientes como pude, y me vestí.

Al poco rato llegó una enfermera trayéndonos el informe del traumatólogo. En él ponía lo siguiente:

DIAGNÓSTICO
: Tendinitis aquílea de inserción recalcitrante.
TRATAMIENTO:
Exploración inserción distal de tendón de aquiles derecho. Peinado y liberación de peritendón. Factores de crecimiento (PGF).
ANTECEDENTES PERSONALES:
Sin antecedentes médicos de interés.
INFORME ALTA:
Caminar con ayuda de muletas durante 15 días en régimen de descarga parcial. Acudir en 7 días a consultas externas. Hielo. Medicación.

Cojo, vendado, y con muletas me fui junto a mis padres. Nos despedimos de las enfermeras, les di las gracias por lo bien que me habían tratado, y salimos al aparcamiento.

Mi padre trajo el coche a la entrada y, con ayuda de mi madre, me monté. Nos fuimos de la Clínica rumbo a casa y, en ese mismo momento empezó a llover, a lo lejos cayó un rayo, y luego un trueno estalló haciendo que una bandada de pájaros volase rápidamente bajo el oscuro cielo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

EL DÍA "D". Parte 3: La operación

6 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Estaba tumbado en la cama, aburrido. Tenía un panel de control desde el que podía poner la cama en cualquier posición. Estuve probando diferentes posiciones y conseguí ponerme de formas muy extrañas.

- Pablo, estate quieto ya - me increpó mi padre, que desde el sillón estaba mirando por la ventana.

Suspiré, cogí el mando de la televisión e hice zapping. No había nada entretenido y todo eran programas de media mañana, programas "de abuelos".

- Papá, ¿puedes pasarme el libro? - dije a mi padre con una sonrisa en la cara.
- Cógelo tú, que lo tienes en la mesilla - me reprochó.
- Yo estoy convaleciente, no puedo levantarme de la cama - dije bromeando

No me hizo caso y siguió mirando por la ventana. Desde la ventana sólo se veían ventanas de otras habitaciones, así que me pareció aburrido que estuviese mirando por la ventana. Cogí el libro que tenía en la mesilla, y lo abrí. Leí dos líneas. No me apetecía leer, así que volví a dejar el libro sobre la mesilla.

En ese momento entraba mi madre por la puerta. Su respiración era acelerada. Yo me imaginé que se había perdido encontrando la habitación, y que había estado dando vueltas por otras alas del hospital. Me la imaginé entrando en el quirófano mientras decía "perdón, perdón, perdón". Mi madre era algo despistada.

Estuvimos hablando un buen rato, y yo me quedé medio dormido. Al entrar por primera vez a la habitación la enfermera nos había explicado que se pasaría un celador para rasurarme el tobillo, pero no había venido nadie. Llamaron a la puerta -toc, toc- y entró un celador bastante joven, tendría 24 años.
- Buenos días. Tío, nos vamos "pal" quirófano. ¿Preparado? Ponte esta bata - dijo mientras se acercaba a la cama y empezaba a desconectar cables. Era bastante simpático.
- Vale, pero, ¿no me iban a afeitar la pierna? ¿me tengo que desnudar del todo? - le comenté un poco nervioso.
- ¡Cómo! ¿¡Qué no te han rasurado aún?! Ay qué paciencia, se le habrá pasado a mi otro compañero. Espera un minuto, ahora vuelvo y te lo hago. Y no, no hace falta que te desnudes del todo. Puedes quedarte en calzoncillos. - respondió rápidamente mientras salía de la habitación.

Esperé, y aproveché para levantarme de la cama e ir al baño. Tenía ganas de orinar, pero en ese momento volvió a entrar el celador, así que me quedé con las ganas. Me tumbé en la cama, puso una especie de toalla bajo mi pierna, y con dos cuchillas desechables empezó a depilarme la pierna por debajo de la rodilla. Cuando terminó me hizo meterme en la cama, me tapó con las sábanas y la manta como si fuese mi madre, y mientras me despedía de mis padres me sacó de la habitación. Recorrimos pasillos a toda velocidad y yo en algún momento puse cara de miedo porque veía que nos chocábamos con abuelos que llevaban el taca-taca.

- No te preocupes tío, a mí me llaman el Schumacher del hospital- dijo riéndose mientras seguía esquivando esquinas y personal.

Al final llegamos al pasillo donde estaban las enormes puertas del quirófano y donde unos carteles que decían "PROHIBIDO EL PASO. ZONA QUIRÚRGICA" me daban la bienvenida. Cruzamos las puertas, y llegamos a una sala bastante grande donde había pacientes dormidos en camas escondidas entre las cortinas. Era la "sala de despertar". Había mucho movimiento. Gente con pijamas verdes andando de un lado para otro, algún paciente roncando... A mí me daba la risa. Me entretuve intentando descubrir quiénes eran enfermeras, quiénes los celadores, y quiénes los cirujanos. Todos iban a verde, así que era difícil distinguirlos.

A los pocos minutos llegaron dos enfermeras. Leyeron mi historial, lo dejaron sobre mis piernas, y dijo una de ellas.

- Así que Pablo, ¿eh? Qué nombre tan bonito
- Bueno, a mí no me gusta mucho la verdad - contesté.

Eran muy simpáticas y me explicaron que me iban a poner una vía. Asentí, y empezarona coger cosas de una mesilla. Yo preferí mirar hacia otro lado. De repente empezaban a hablar más deprisa, decían que se les había roto algo. Miré, y vi todo mi brazo chorreando sangre. Mientras una enfermera cogía gasas para limpiarme, la otra seguía urgando en mi vena intentando dejar todo bien.


- Tú tranquilo, ¿vale? Se te ha salido la vía. Ahora te ponemos otra - me dijo una enfermera algo nerviosa.
- Ah, vale, no pasa nada. Me fío de vosotras - dije sonriéndolas.

Las sábanas estaban llenas de sangre, así que tuvieron que cambiármelas. Yo estaba con una bata que dejaba entrever todo, y en calzoncillos, así que me sentí bastante inútil mientras me movían y me cambiaban las sábanas. Llegó un hombre muy alto, y serio. Leyó el informe, y dijo con voz de verdugo:

- Sedadle ya.

Era el anestesista. Les dio indicaciones a las enfermeras, y éstas me pusieron algo en la vía que tenía en el brazo.

- Pablo, te hemos puesto algo de sedación. No te va a dormir, pero te dejará algo atontado - me indicó la enfermera.

Asentí con la cabeza y, la verdad, es que después de eso me acuerdo de todo pero sin ningún detalle. Vino el traumatólogo. No le veía desde el viernes, cuando me dijo que me iba a operar. Me saludó, y me cogió el pie. Me empezó a tocar, y donde me dolía me marcó con un rotulador negro. Después me llevaron con la cama al quirófano. El quirófano no era como los de Hospital Central, o como los de la serie House. Era una habitación fría y amplia. Tenía pocas cosas. El anestesista se acercó, me hizo tumbarme de lado, y me miró la espalda. Me tocó con los nudillos y estuvo palpándome la columna vertebral.

- Perfecto, le voy a poner epidural - le dijo al traumatólogo.

No me acuerdo de muchos detalles más. Me tumbaron en una camilla negra que había en el centro de la sala. El anestesista me hizo ponerme de lado otra vez, y me dijo que me estuviese muy quieto. Un celador me agarró muy fuerte mientras yo estaba en posición fetal.

- Pablo, esto te dolerá pero tienes que aguantar - me dijo el anestesista.

Noté frio en la espalda, y después me empezaron a untar toda la espalda con yodo. Noté un pinchazo en la espalda, y de repente una presión enorme en la columna. Era una sensación muy extraña. No me gustaba nada. Noté picor, y me dieron ganas de moverme pero el celador me lo impedía porque seguía agarrándome muy fuerte, como si yo estuviese loco y fuese a matar a alguien. Me acuerdo de que empecé a sudar un poco, y lancé algún suspiro de dolor.

- Vale campeón, ya está. Yo ya no te toco más, tranquilo - me indicó el anestesista en tono de broma.
- Ahora notarás un calor muy fuerte en las piernas, y un hormigueo en los pies. Es normal. En poco tiempo tendrás dormido todo el cuerpo de cintura para abajo. - añadió.

Y tenía razón. Me empezaron a arder las piernas, y en menos de dos minutos ya no las notaba. La enfermera me puso unos parches en el pecho. Eran electrodos para el electrocardiograma con los que me iban a monitorizar el pulso cardiaco. Además, también me puso una pinza en el dedo. Esa pinza era el pulsioxímetro, un aparato que sirve para la medición del oxígeno transportado por la hemoglobina en el interior de los vasos sanguíneos. Es decir, durante toda la operación iba a estar completamente monitorizado. Aunque fuese anestesia epidural era importante estar monitorizado.

A partir de ahí oía todo lo que hablaban en el quirófano, pero no me acuerdo de nada. No notaba absolutamente nada el tendón. Notaba -y hasta veía de reojo por el reflejo en un cristal- que me subían la pierna, me la movían y me torcían el tobillo, pero no notaba nada de dolor. Vino otro hombre a la habitación con una máquina. Dijo que era algo para centrifugar la sangre, porque aparte de abrirme me iban a hacer una infiltración de celulas madre de mi sangre.

Y todo pasó rápido. Yo estaba atontado y ahora mismo no me acuerdo de las cosas que escuché. Cada pocos minutos venía el anestesista y me preguntaba que qué tal me encontraba. Al rato vi que el traumatólogo se acercaba a mí.

- Pablo, ya hemos terminado. Dentro de un rato te llevarán a la habitación, y después me pasaré a verte. - me indicó el traumatólogo.

Asentí con la cabeza, le dí las gracias, y dije bromeando.

- Por cierto me has operado del tendón de la pierna derecha, ¿no?

El traumatólogo miró al anestesista, y le dijo:

- ¡Joder! ¿Era el derecho? Otra vez me he vuelto a confundir.

Se rieron los dos, me dijeron que todo había salido bien, que no tenía nada raro en el tobillo, y se fueron.

Y a mí me pasaron a la sala de despertar, donde estuve como 20 minutos. Una enfermera venía cada pocos minutos a tomarme la tensión, y yo mientras intenté dormir porque estaba muy cansado, aunque con los ronquidos del hombre que tenía enfrente era imposible. Sin querer me quité el pulsioxímetro del dedo, y sonaron unos pitidos fuertes. Otro cirujano que estaba por ahí leyendo informes me miró rápidamente, y la enfermera vino corriendo. Le dije que me lo había quitado sin querer, y pedí perdón por el susto.

Tras unos minutos vino el celador, me saludó y estuvo hablándome, pero yo me estaba quedando dormido y no le hice mucho caso. Me llevó por los pasillos y la gente me miraba, así que cerré los ojos porque me daba vergüenza. Llegamos a la habitación, y ahí estaban mis padres. Se levantaron, y empezarona a preguntarme que qué tal, que cómo había ido todo. Me dijeron que sólo había estado una hora y media, y estuve contándoles muchas cosas de la operación. Yo ahora no me acuerdo de que les conté, pero después me dijeron que llegué a la habitación alterado y que empecé a hablar muy rápido mientras me reía...

... hasta que me quedé dormido.

EL DÍA "D". Parte 2: Análisis de sangre e ingreso

6 DE SEPTIEMBRE DE 2010

La sala de Análisis estaba junto a Rayos. Ese día estaba llena de gente, sobre todo de ancianos, por lo que pensé que tendría que esperar mucho tiempo para que me sacaran sangre. Mi padre se acercó a la puerta, llamó y salió una enfermera que cogió el papel con la citación para hacerme los análisis. Me indicó que pasara. Qué rapidez.

La sala era pequeña y había dos mesas donde las enfermeras sacaban la sangre para posteriormente analizarla. Los análisis se hacían en la sala contigua, ya que desde ahí podía ver máquinas y aparatos. En la sala había otra paciente más, una chica rubia con el pelo rizado, joven, cuyos ojos eran muy extraños, totalmente blancos y con una mirada muy profunda. Pensé que era ciega, pero en ese momento se levantó y salío por la puerta con una tirita en el brazo.

- Bien, ahora te toca a ti - me dijo una enfermera muy joven y bastante guapa. Era morena y tenía los ojos azules.

Me senté y me cogió el brazo izquierdo para sacarme sangre.

- Tengo más fácil para sacar el brazo derecho - le comenté.

Hacía un mes me había hecho donante de sangre, y hace dos semana de médula ósea. Mucha gente no conoce qué es ser donante de médula ósea, así que en algún post lo contaré y os animaré a haceros donantes. Mientras tanto os recomiendo la web de la Fundación Josep Carreras contra la leucemia, donde podréis encontrar muchísima información:

http://www.fcarreras.org/es/

Bueno, a lo que iba. La enfermera me cambió de brazo, cogió la aguja, miré para otro lado para no ver el pinchazo, y comenzó a sacarme sangre. Llenó 4 tubitos de extracción y cada uno tenía un tapón de un color. Los tubos de extracción tienen tapones de distintos colores para diferenciar para qué fin se utilizará esa sangre. Cada color representa un aditivo diferente al que se añade la sangre y sirven para conservar la muestra en las mejores condiciones para la realización de cada prueba: los aditivos para diferentes pruebas no son los mismos y la forma de etiquetar para qué vale cada tubo es en función del color de su tapón. No es lo mismo hacer un análisis bioquímico de la sangre que hacer un hemograma.

Terminó de sacarme sangre y me puso una tirita en el brazo, una tirita enorme. Parecía que en lugar de sacarme sangre me hubiese corneado un toro. Salí de la sala de análisis, mi padre se levantó, y nos fuimos.


- ¿Y ahora? - me preguntó mi padre.
- Pues ya está todo. Como tengo menos de 40 años me ha dicho la anestesista que no me tengo que hacer ni placa de torax ni electro, así que hasta las 15:00 no tengo que volver. Podemos aprovechar para que nos digan en admisión si podríamos ingresar ya. - contesté.

Nos dirigimos a admisión. Admisión está al lado de la oficina de "CAJA". Al ser una clínica privada la gente que no dispone de seguro privado si quiere ser atendido tiene que pagar, como en el Hospital Universitario Princeton Plainsboro donde trabaja el doctor House. Mientras esperábamos me imaginé cómo sería una conversación dentro de esa oficina:

- Buenos días. Venía a abonar lo correspondiente a mi estancia aquí - diría cualquier paciente.
- Muy bien señor García. Veo que le han operado de un transplante de corazón, lo que sumado a cinco días de estancia con la correspondiente pensión completa en habitación individual con vistas al exterior supone un total de...
- ¡Un momento, un momento! ¿Me ha descontado la sal del menú? Como estoy operado del corazón no tomé sal.
- Señor, en los hospitales nunca damos sal en las comidas - contestaría la secretaria con voz automática, como de robot.

La oficina de Admisión quedó vacía, y entré. Expliqué que ya había hecho todo el preoperatorio, y que quería saber cuándo podría ingresar, ya que como éramos de fuera preferíamos ingresar ya. La mujer nos señaló que podíamos ingresar cuando quisiéramos, pero que una vez ingresado yo no podría salir de la habitación. Eran las 12:30 y creía que era pronto para ingresar, así que preferí no ingresar aún.

Salí a la calle con mi padre, y nos sentamos en un banco. Vimos pasar autobuses urbanos, pacientes, autobuses, pacientes, autobuses...

- Papá, esto... que he pensado que... Bueno ya sé que he dicho que no quería ingresar aún, pero creo que prefiero estar en la habitación tumbado en la cama y viendo la tele...- indiqué a mi padre.

Así que fuimos al coche, cogí las muletas y la maleta, y nos dirigimos de nuevo a admisión. Hicimos el papeleo, y nos acompañó hasta la habitación, en el ala nueva de la clínica que, según me contó mi padre, habían hecho hace pocos años.

La habitación era muy amplia, individual, con televisión de plasma en la pared, unas ventanas enormes por donde entraba muchísima luz, y aire acondicionado. Me gustó eso de tener aire acondicionado. No me gusta pasar calor. Y la cama... la cama era la típica cama de hospital.

La televisión valía 4 euros al día, y había que contratarla en recepción. Era más barata que en cualquier otro hospital, donde normalmente las televisiones funcionan con monedas. Y mientras mi padre bajo a recepción para pedir la televisión, yo me quedé en la cama tirado como si estuviese en la habitación de un hotel.

Me habían dicho que seguramente me operasen a última hora de la tarde, así que saqué el libro de El símbolo perdido, de Dan Brown, y lo dejé sobre la mesilla esperando a leerlo. Lo que no sabía era que, pocas horas después y antes de lo previsto, me iban a venir a buscar para llevarme a quirófano.

lunes, 13 de septiembre de 2010

EL DÍA "D". Parte 1: La consulta del anestesista

6 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Hoy era el día esperado. Mi padre me levantó pronto por la mañana. Entró en mi habitación y abrío las persianas dejando que los aún débiles rayos de luz me despertaran. Me había ido tarde a dormir porque estaba algo nervioso. No me gustan los hospitales. Creo que a nadie le gustan.



A las 11:30 tenía vez con el anestesista en la Clínica San Miguel de Pamplona. No suelo desayunar, pero basta que te digan que tienes que estar en ayunas para que te entre hambre. Me duché, me vestí, y salimos en coche hacia Pamplona. Esta vez me acompañaba mi padre, y por el camino me estuvo contando cómo es eso del quirófano ya que a él le habían operado del hombro y de una rodilla. Yo estaba mentalizado, y la verdad es que esa mañana estaba menos nervioso de lo que pensaba que estaría.

Llegamos a la Clínica, aparcamos el coche, y entramos. Esta vez tuvimos que ir a Admisión, donde una mujer de unos 45 años atendía el teléfono mientras tecleaba rápidamente en el ordenador. Tras hacer fila nos tocó. Le dimos el papel que nos había dado el médico, y nos comentó que teníamos que ir a Anestesia, en la primera planta. Tras subir y cruzar un pasillo llegamos. Al lado había una puerta enorme que se abría sola y en la que ponía: PROHIBIDO EL PASO. ZONA QUIRÚRGICA. Por la puerta salía gente vestida con pijama verde. No sabía si eran enfermeros, médicos, o celadores, ya que dentro del quirófano todos visten con pijama verde. Llegó un celador empujando una cama en la que una anciana estaba medio dormida. Abrió la gran puerta y entraron.

Había otra puerta donde ponía CONSULTA ANESTESIA, y otra que decía UCI. Me senté en la sala de espera, y mi padre llamó a la consulta, le abrieron la puerta y entregó mi citación. Tuvimos que esperar poco, unos 10 minutos, y salió una médico con bata blanca (me imagino que sería una médico).

- ¿Pablo? Pasa, por favor.

Mi padre se quedó esperándome y yo entré. Pensaba que la consulta sería grande, con básculas, aparatos para medir constantes, una camilla... pero no. La consulta era pequeña y hacía frío. Tan sólo había una mesa con un ordenador y decenas de carpetas con informes médicos. Había una puerta contigua, y pensé que ahí estaría la camilla y los instrumentos.

La médico era de mediana edad. Tendría unos 40 años. Era rubia y llevaba puesta una bata blanca por encima de su ropa. Era agradable, sonriente, y me inspiró mucha confianza. Eso era bueno.

- Bien Pablo, buenos días. ¿Qué tal? - me dijo sonriente.
- Estoy un poco nervioso - contesté.

Le di el informe del traumatólogo y comenzó a hacerme preguntas: cuánto pesaba, cuánto medía, si fumaba, si tomaba drogas, si era alérgico a alguna medicación...

- Bueno, soy alérgico a los ácaros del polvo - dije tímidamente.
- Vale, bien. Lo apunto, y recuerda comentárselo también al anestesista en el quirófano - contestó sin darle mayor importancia.

Ella lógicamente no iba a ser la anestesista de mi operación, ya que yo tenía la operación por la tarde y no creía que esta médico trabajase mañana y tarde, primero en consulta y después en quirófano.

- ¿Te han operado alguna vez? - me preguntó.
- Sí, a los dos meses de nacer me operaron de una hernia inguinal.
- Vale y, no sabrás por casualidad si tuviste problemas con la anestesia, ¿no?
- No, o por lo menos mis padres nunca me han comentado nada al respecto - le contesté.

Siguió preguntándome mil cosas. Enfermedades vasculares, pulmonares, neurológicas... Me preguntó si tenía asma, si tomaba medicación, si había tenido depresiones...

- Vale, todo perfecto. Quédate sentado un momento que te voy a mirar la espalda.

Se levantó y vino hacia mí. Me levantó la camiseta y me palpó la columna vertebral con los nudillos de la mano. Volvió a su sitio, apuntó cosas en su informe, y me dijo:

- Mmm... Te comento, seguramente te pongamos anestesia epidural, pero en el lugar donde te tendríamos que pinchar tienes un granito pequeño. Es muy normal en personas de tu edad. Lo malo es que en la anestesia epidural se inyecta un analgésico en la médula espinal, y si donde te tenemos que pinchar tienes el grano, hay peligro de que pase la infección a la médula espinal, y podríamos crearte una meningitis.
- Ah, vale, y ¿entonces? - pregunté mientras terminaba de asimilar la información.
- Puede que te tengamos que poner anestesia general. Pero eso lo verá mejor el anestesista que esté en tu operación. Yo de momento lo pongo en el informe, pero tranquilo porque seguro que podrá pincharte en otro sitio esquivando ese granito, así que no te preocupes que seguramente al final te pongan la epidural.

Asentí con la cabeza, pero me debió ver algo preocupado, porque me preguntó cariñosamente:

- ¿En qué piensas? ¿Tienes alguna duda?

Sí que tenía una duda, pero me daba vergüenza decírsela. Tenía algún amigo que otro a los que habían operado, y me habían dicho que les pusieron una sonda para orinar. Esa sonda que me comentaron es la sonda vesical, y te la meten por la uretra y llega hasta la vejiga urinaria. Sí, sí, te la meten por el agujerito del pene y llega hasta adentro del todo, y sirve para orinar, ya que con la anestesia es normal que se duerman los esfínteres por lo que a veces puedes llegas a estar horas sin orinar hasta que se pase totalmente el efecto de la anestesia. Para evitar retención de orina se introduce la sonda para que ésta salga sola. Sí, lo sé, esta duda es bastante estúpida, pero a mí me daba miedo. No quería que me pusieran sonda, y necesitaba salir de dudas.

- Sí, a ver, esto... sí, tengo una duda. ¿Me van a poner sonda para orinar?

La médico echó una risa floja, y dijo riéndose.

- ¿A ti? ¿Por qué? ¿Acaso tienes problemas al orinar? ¿Te cuesta orinar? ¿Tienes problemas de vejiga?
- No, no. Era sólo por asegurarme, pero es que era una duda importante para mí.


Nos reímos los dos, y me dijo que no me preocupara. Me dio un papel con el que ir a hacerme un análisis de sangre y, mientras salía por la puerta, me dio ánimos, y me fui bastante tranquilo.

Primer paso superado. No había sido para tanto y, feliz, fui con mi padre a hacerme el análisis de sangre. El día aún era joven.

sábado, 11 de septiembre de 2010

La decisión final; al quirófano

3 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Hoy había quedado con el traumatólogo en la Clínica San Miguel. Me iba a dar los resultados del escáner. Por fin sabría eso del nidus, aunque lógicamente no le iba a decir que había estado buscando información por Internet, porque me habría dicho que dejara de ver la serie House.

Llegué a la sala de espera, y me entretuve mirando a la gente que pasaba por el pasillo, y a los pacientes que había. Una mujer cojeaba y se apoyaba en su marido. De repente se puso a toser muy fuerte y empezó a sudar, y el marido llamó a dos enfermeras y la metieron en una sala.

Llegó mi turno. Entré a la consulta junto a mi madre, y ahí estaba el doctor, con su pijama verde de cirujano.

- Adelante, pasad. Pablo, por cierto, ¿qué te tenía que decir hoy? ¿habíamos quedado en algo?

Esa pregunta era ya como una rutina, algo habitual. Me pregunté si eso se lo preguntaría a todos, o si realmente lo preguntaba sin conocer la respuesta. Aunque seguramente al tener tantos pacientes quería que le confirmase qué es lo que me había dicho en la consulta anterior.

- Me mandaste hacerme un escáner, y hoy me ibas a comentar lo que había salido. - le recordé.

Se quedó pensando como si estuviese recordando algo, empezó a mirar unas carpetas que tenía encima de la mesa, y me dijo:


- Pues yo no tengo aún los resultados. Qué raro, no me los han traido. ¿Dijiste que tenían que estar para hoy viernes?
- Sí claro, le dijimos a la administrativa de Rayos y nos dijo que no había ningún problema, y que para el viernes estarían. - expliqué temiendo haber ido a Pamplona para nada.

El médico nos dijo que le acompañásemos, y nos llevó a donde una administrativa a la que explicó que me hice un escáner y los resultados tendrían que haber estado para entonces. La administrativa llamó a Rayos, y le dijeron que sí, que los resultado estaban abajo pero que había mucho ajetreo allá y que no podía subirlos aún. Así que tuve que bajar junto con mi madre al sotano, donde estaba Rayos. Tuvimos que esperar porque había fila, y cuando nos tocó, la administrativa nos dijo que el informe del radiólogo no estaba, y que todo estaría para la tarde. Le comentamos que nos acababan de decir que sí que estaba todo, pero nos dijo que había habido un problema y que el radiólogo no lo podía hacer hasta la tarde.

Pensé un momento, y dije:

- Ah, vale... ¿y me puedo llevar aunque sea las imágenes, sin el informe?
- Esto.. sí, claro. Esperad un momento en la sala de espera y ahora os damos el CD.

Estuvimos esperando unos minutos, y me llamaron por megafonía. Me acerqué al mostrador, y la administrativa me dio el CD.

- Cuando lo vea el doctor se lo dejais a la secretaria, para que lo baje y pueda hacer el informe el radiólogo.

Volvimos a la consulta del doctor, y le conté que no estaba aún el informe del radiólogo. Suspiró, y mi madre dijo:

- Si quieres podemos volver a la tarde, porque nos han dicho que para entonces ya estará hecho el informe.
- Podéis venir a la tarde, pero yo no estoy -dijo sonriendo en tono de broma.

Me pidió el CD con las imágenes del escáner, lo metió a su ordenador, y estuvo echando un vistazo. Cogió el teléfono, nos pidió que esperásemos un momento, y llamó:

- ¿Rayos? Sí, a ver me gustaría saber si hay por ahí algún radiólogo... sí... sí. Vale, así que están en sus despachos. Vale, vale gracias. Adios.

Colgó y volvió a llamar por teléfono.

- A ver tú, soy yo... ¿Qué? Ah, ¿que estoy llamando al escáner? Vale, perdón. Buenos días.

Se rió, colgó, y volvió a llamar. A la tercera va la vencida.

- A ver tú, soy yo. Bien. Me tienes que hacer un favor. Tengo aquí un chico de 22 años con tendinitis aquílea crónica desde hace año y medio. La radiografía y la resonancia no muestran nada más que la tendinitis. Se ha hecho un TAC pero no está aún el informe. ¿Te paso las imágenes y lo miras en un momento? Yo lo estoy mirando y no veo nada raro...

Estuvieron un rato hablando de las imágenes en jerga médica, comentando mi caso, la tendinitis, no sé qué de los tejidos, etc.

- ... Ya, no sé. Le mandé hacer el TAC para descartar un osteoma osteoide. No ves nada raro, ¿no? No hay nidus, ya. Eso es, pues nada, gracias. Sí, sí, le tendré que abrir a ver que me encuentro, y le infiltraré factores de crecimiento. Eso es, sí (risas), claro, te debo un favor. ¡Muchas gracias!

Colgó y se quedó pensando un rato. Yo había oído que habían hablado de que no había nidus, ni osteoma, ni nada de nada. El médico habló.

- A ver Pablo. He hablado con un radiólogo y ha mirado las imágenes, y me comenta que no se ve nada raro. Hemos descartado un osteoma osteoide, y sólo se ve la tendinitis.
- Ah, vale, bien. Y, ¿entonces? ¿qué haremos? - le pregunté un poco triste.
- La única opción que veo es abrirte. Abriéndote veré todo por dentro y veremos cómo está tu tendón. En el hueso parece que no hay nada, pero lo examinaré también. Además, te voy a infiltrar factores de crecimiento en el tendón, que es lo mismo que le han hecho a Rafa Nadal.


Me explicó todo bastante bien. Me quería infiltrar factores de crecimiento. Para eso me tenían que sacar sangre, centrifugarla, pasarla por un separador celular, y aislar las células madre de mi sangre para después infiltrármelas en el tendón. Con eso se podría conseguir regenerar el tendón. Me comentó que para hacer eso no hacía falta operar, pero me dijo que él prefería abrirme para ver bien el tendón y el hueso. Mi madre le hizo unas preguntas rutinarias que toda madre haría (riesgos, cuánto tiempo con muletas, etc.), y yo dije que sí, que confiaba en él, y que quería que me operase. También le comenté si había garantías de recuperación con ese tratamiento, y me dijo que no podía decirme, que a algunos les funciona, y a otros no. También me dijo que normalmente no se hace en el tendón de aquiles, pero que podría funcionar.

- Bien Pablo, pues tendrás que hacer un preoperatorio. Como tienes prisa para irte a estudiar a Alicante te podría operar el lunes por la tarde. Tendrás que presentarte en admisión a las 15:00. ¿Te parece bien?

Asentí con la cabeza.

- Al preoperatorio tendrás que venir en ayunas. No podrás comer nada ni beber hasta la hora de la operación. Ni siquiera agua. Te mirará un anestesista, y después te harán análisis de sangre. Después ya me imagino que te dejarán ingresado hasta la hora de la operación.

Le dimos las gracias por las molestias que se estaba tomando, y acordamos en vernos el lunes por la tarde. Fuimos al mostrador de las consultas y pedimos vez para el preoperatorio.

Mientras volvía con mi madre a casa estuvimos hablando de la suerte que habíamos tenido con este médico. Se estaba tomando muchísimas molestias para curarme. En dos semanas me había hecho una resonancia magnética y un escáner, y ahora me iba a operar el lunes día 6 de septiembre. Todo iba muy rápido, y eso que iba por la SS. Le conté a mi madre que al ir por la SS pensaba al principio que a mí no me iban a dar tanta prioridad, ya que al ser un centro privado tendrían prioridad los pacientes asegurados. Pero de eso nada. Me estaban tratando estupendamente, con una rapidez asombrosa. Yo aún estaba asimilando todo. No tenía osteoma osteoide, tenía sólo tendinitis, y me iba a operar uno de los mejores traumatólogos de Pamplona (según me había comentado muchísima gente). Todo iba sobre ruedas.

La operación sería exploratoria, es decir, abrir y ver si todo está bien. En el caso de que hubiese algo que no se haya visto en las pruebas, se arreglaría y después se cerraría. No era una operación complicada, pero era una operación con todo lo que ello supone: ingreso en el hospital, anestesia, etc...

Estaba algo nervioso pero, a la vez, estaba muy contento. Tenía bastante confianza en este médico, y pasé el fin de semana esperando a que llegara el lunes con la esperanza de que, ahora sí, éste fuese el primer paso hacia mi recuperación total.

La última prueba...

FINALES DE AGOSTO DE 2010

Hoy tenía consulta en la Clínica San Miguel. Desde que en la Seguridad Social me habían derivado a esta clínica todo iba mucho más rápido. Me habían hecho una resonancia magnética y el traumatólogo me quería operar. Por fin me hacían caso, y por fin alguien se tomaba en serio mi lesión, porque estaba bastante harto de que otros médicos me dijesen: "haz rehabilitación", "ponte hielo", "haz estiramientos", "tampoco es para tanto", y un largo etcétera de frases estúpidas e inútiles que ya me aburrían tras estar año y medio con la misma dolencia.

En la sala de espera de la Clínica me puse a leer la revista Muy Interesante que, junto con Quo, es mi revista favorita. El doctor me llamó y entré a la consulta. Lógicamente me acompañaba mi madre, como si de mi albacea se tratara. Nos sentamos todos, y el doctor se pronunció.

- Buenas tardes Pablo. Recuérdame en qué habíamos quedado hoy.

Esa frase me empezaba a resultar graciosa.

- Pues a ver, en la resonancia salió que tenía tendinitis en el...
- Sí, sí, eso ya, pero la tendinitis no tiene por qué causar ese dolor que tienes. Me refiero a que me digas qué es lo que has decidido. - apuntó cortándome la frase amablemente.
- Ah, vale. Sí, pues he decidido que quiero que me operes. Total, si dices que es una operación sencilla... Además, que no puedo hacer otra cosa, no tengo otra solución, y no pierdo nada.
- Bueno, tendrías que ir unos días con muletas - añadió.
- Ya, pero no me importa. Lo que quiero es curarme.


Entonces fue cuando intervino mi madre, haciendo uso de su 6º sentido, el sentido de "sobreprotección maternal". Le hico decenas de preguntas al traumatólogo. Que si quedaré bien después de la operación, que si él en mi lugar se operaría, que si...

El doctor, amable, respondió, me hizo tumbarme en la camilla, y mientras me exploraba comentaba:

- Mmm... este dolor tan localizado en el calcáneo. Además, dices que te duele sobre todo por las noches...
- Sí, eso es, por las noches es cuando más me duele. Acabo cojo después de todo el día andando, y noto como pinchazos - le expliqué.
- Ya... ¿Y notas si el dolor se te va tomando aspirina?
- Bueno, a veces tomo nolotil cuando me molesta bastante. Pero no, aspirina nunca he tomado para este dolor. - comentaba yo mientras observaba cómo el médico se quedaba pensando.

Tardó unos segundos en seguir hablando, y dijo:

- A ver, es que lo del calcáneo... la resonancia magnética descartó muchas cosas, pero ya te dije que las resonancias sobre todo ven las partes blandas. Si dices que te molesta tanto esa zona, y sobre todo por las noches... pues puede haber otras causas que lo expliquen... pero serían cosas más raras. De todas formas he pensado que podrías hacerte un escáner. Con el escáner veríamos cualquier cosa que haya en el hueso. ¿Quieres hacerte un escáner? - preguntó mirándome fijamente.
- Claro, lo que tú veas - respondí.


Me explicó que me haría un escáner para descartar cualquier cosa en el hueso que se haya podido pasar con las radiografías y la resonancia magnética. Me comentó que a veces en el escáner se ven cosas que se pasan por alto en las otras pruebas. Tras hacerme el escáner podría evaluar mejor mi lesión, y entonces decidiría si operarme.

Nos despedimos, era lunes. Nos dijo que el viernes podría volver a verme. Es decir, tenía que intentar que me hiciesen el escáner cuanto antes para así poder ir a ver al médico el viernes y adelantar todo el proceso. Tenía prisa porque se acercaba septiembre y el día 13 empezaba el curso en Alicante. Era una carrera contrarreloj.

Fuimos a pedir cita para el escáner, y comentando que teníamos prisa nos dieron cita para el día siguiente, martes, así que perfecto. Después fuimos a pedir cita para el traumatólogo, para que me viese el viernes. La administrativa nos comentó que de martes a viernes era poco probable que estuviese el informe del radiólogo, pero nos habían dicho en Rayos que sí, que lo pondrían como urgente y que no habría ningún problema, así que nos citó para el viernes.

El médico me había dado un papel, que es el que tuve que entregar en radiología para que me diesen cita para el escáner. En ese papel ponía una indicación para el radiólogo, de modo que éste supiese en qué fijarse más detenidamente a la hora de hacer el escáner.

TAC tobillo derecho tendón aquiles en inserción con calcáneo. ¿Nidus?

Me quedé con la palabra Nidus. No sabía qué significaba, ni por qué había puesto eso el médico, pero estaba claro que el doctor estaba preguntando al radiólogo si se veía eso. En resumidas cuentas, el doctor me había comentado que "puede haber otras causas que lo expliquen [el dolor]... pero serían cosas más raras". Igual el nidus era lo que estaba buscando el traumatólogo, igual era esa la causa rara a la que se refería. No sabía si "nidus" significaba alguna enfermedad o si simplemente era una palabra del mundillo médico de la que no me tenía que preocupar.

Cuando llegué a casa lo primero que hice fue conectarme a internet y buscar en el buscador la palabra "nidus". Sí, sé que no lo debería haber buscado. Tampoco es que yo sea hipocondriaco, pero tenía curiosidad por saber qué estaba buscando el traumatólogo. Al final, buscando, no encontré una definición exacta de "nidus", pero muchas páginas en las que se hablaba de nidus hacían referencia al osteoma osteoide, un tumor óseo benigno. Así que leí sobre el osteoma osteoide, y entre los síntomas comunes destacaban: "el síntoma característico es el dolor bien localizado que puede ser más severo por la noche y es aliviado por aspirina". También se decía que el osteoma osteoide se da en jóvenes. Tenía sentido que el traumatólogo estuviera buscando un osteoma osteoide, y entonces entendí algunas de sus preguntas sobre si la aspirina me aliviaba, si el dolor era más intenso por la noche, etc.

Lo raro era que el osteoma no se hubiera visto en las radiografías ni en la resonancia magnética pero entonces encontré un informe médico en el que unos traumatólogos estudiaban un caso de un osteoma osteoide en una joven de 20 años. Ni las radiografías ni la resonancia reflejaban el nidus característico del osteoma osteoide, pero con un TAC sí que se revelaba. Así pues, tenía sentido también que el traumatólogo quisiese hacerme un escáner para descartar la presencia de un osteoma osteoide.

Pero me estaba empezando a emparanoiar, así que dejé de darle vueltas. Yo había llegado a la conclusión de que el traumatólogo me mandó el escáner para descartar un osteoma osteoide, pero había llegado a esa conclusión simplemente por leer la palabra NIDUS en el informe para el radiólogo. Igual no tenía nada que ver con un osteoma, igual yo estaba totalmente equivocado. La verdad es que no le dí mayor importancia, y me fui a estar un rato con mis amigos.

Al día siguiente me hice el escáner (TAC) e indicamos a la secretaria de Rayos que tenía que estar para el viernes, y amablemente nos dijo que sí, que lo pondría como urgente. Le dimos las gracias y me fui a casa con mi madre.

El miércoles y el jueves estuve algo nervioso. Quería que llegase el viernes para ver qué había salido en el escáner. Suena raro, pero deseé que no fuese tendinitis. Si fuese tendinitis podría significar estar así para siempre, o tener una recuperación lentísima, o nula. Pero no quería que fuese un osteoma. Estaba preocupado, y esos días dormí muy mal.

A todo esto, yo seguía con un dolor constante a todas horas, sobre todo, de noche.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Pruebas y más pruebas...


FINALES DE AGOSTO DE 2010

Mientras esperaba el resultado de la resonancia magnética seguí yendo a las sesiones de rehabilitación, aunque no me hacían ningún efecto. Sé que, muchas veces, la rehabilitación hace efecto transcurrido un tiempo, pero teniendo en cuenta que ya había estado tiempo atrás con un fisioterapeuta privado, veía poco probable que notase mejoría.

Llegó el día en que tenía consulta con el traumatólogo de la Clínica San Miguel (CSM). En esa consulta me iba a dar el resultado de mi resonancia magnética. Pasé por el mostrador y confirmé la cita a una secretaria, y después me dirigí a la sala de espera, que estaba bastante llena. Hacía calor en la sala, y una mujer embarazada que estaba ahí se estaba abanicando airadamente, así que me levanté y abrí la ventana. "Quien tenga frío que se levante y la cierre después" pensé.

Durante los siguientes minutos salía el doctor e iba llamando a gente. Esta vez iba vestido con un pijama verde de cirujano. Cuando salía a llamar a alguien siempre se distraía hablando con otros pacientes, o saludándoles. Era muy simpático.

Por fin me tocó turno. Entré a la pequeña consulta y me senté. El doctor se puso a mirar unos informes y, tras un rato mirando al infinito, como pensando en temas que tenía pendientes, me dijo:

- Bien Pablo. ¿En qué habíamos quedado?
- ¿A qué te refieres? - le pregunté con expresión dudosa.
- Recuérdame en qué habíamos quedado hoy. ¿Qué tenía que decirte hoy? ¿Habíamos quedado en algo en concreto?

No me extrañaban esos comentarios suyos. Era un muy buen médico, o eso me habían dicho, pero era algo distraido. No sé, era la típica persona que tiene mil cosas pendientes y que siempre está ocupado con citas y agendas apretadas. Su carácter dejaba entrever que era inteligente, y a mí eso me daba tranquilidad.

- Hoy habíamos quedado porque me ibas a dar el resultado de la resonancia magnética. - le indiqué.
- Sí, pero no ha salido nada eh... tú tranquilo. Éste es el informe del radiólogo, léetelo, es todo correcto, y lo único que se aprecia es la tendinitis en el aquiles.

Leí el informe del radiólogo en el que, entre otras cosas, ponía cosas como:

INFORMACIÓN CLÍNICA RECIBIDA: Dolor selectivo a nivel inserción aquílea.
TÉCNICA: RM de tobillo derecho con secuencias T1-T2 en proyecciones axial y sagital.
IMPRESIÓN DIAGNÓSTICA: Discreto aumento de grosor del tendón aquíleo en su tercio distal con áreas lineales de hiperseñal en su interior en relación con tendinosis.
COMENTARIO: No existen signos de interrupción del patrón fibrilar que sugieran rotura parcial ni completa. No se observa bursitis. Adecuada congruencia de articulaciones tibio-peroneo-astragalina, subastragalina, astrágalo-escafoidea y calcáneo-cuboidea. No se aprecia líquido libre... Ligamentos sin evidencia de rotura... Grasa de Kager de resonancia adecuada..

Yo no entendí nada del informe. El doctor cogió un CD que había junto al informe, lo insertó en su ordenador de sobremesa, y me empezó a enseñar decenas de imágenes de la resonancia. Yo no distinguía nada. Entre lo que supongo eran tendones, músculos y huesos pude distinguir la bolita pequeña que me habían puesto a modo de marcador en el sitio donde tenía localizado el dolor.

- ¿Ves? Todo esto son imágenes de tu tobillo. Imágenes en todos los ángulos y de todas las partes del tobillo. Si hubiese cualquier cosa ,seguramente se viese aquí. Como ves, todo parece normal, y sólo se aprecia la tendinitis.
- Ya, entiendo... ¿y entonces?
- le pregunté.
- Lo que me extraña es el dolor tan selectivo que tienes en el calcáneo. No lo tienes exactamente en la inserción, sino algo más abajo... Podría abrirte y así vería todo bien. Las resonancias sacan imágenes estáticas y puede que no salgan cosas que puede haber. Si te abriese, vería todo. Sería una operación muy sencilla. Abrir, ver que hay, arreglar si es necesario, y cerrar.

Me explicó todo perfectamente. Abriéndome podía ser que viese si tenía algo,y en tal caso lo podría arreglar. Si no me abría, yo me quedaría como estaba, es decir, con dolor constante y cojo al final del día.

- También está la opción de hacerte una infiltración, pero teniendo opción de abrir yo optaría por eso. Pero vamos, tú decides.

Le dije que me fiaba de él, y en broma le comenté que mientras no me amputase el pie yo me dejaba hacer lo que fuese. Nos reímos y me dijo que me lo pensase, que siguiese estos días con la rehabilitación, y que pidiese cita con él para dentro de unos días.

Así que me fui de su consulta algo mosca. Había llegado pensando que me iba a decir que tenía algún hueso roto, o alguna cosa en el tendón que no fuese sólo tendinitis, o algo en el calcáneo. Pero no, sólo tenía tendinitis, o al menos eso era lo que decía la resonancia magnética. Y eso no era malo, era bueno. Significaba que sólo tenía tendinitis, pero eso me agobió mucho. Otros médicos me habían dicho que las tendinitis no se curan, había leído en muchos foros de internet comentarios de gente con tendinitis, ... la verdad es que hubiese preferido tener un hueso roto. Así, pensaba, al menos me lo hubiesen arreglado y c'est fini.

Regresé al mostrador marrón largo y pedí cita para otro día. Después me fui a casa pensando en qué pasaría con mi tendón. Operarme o no operarme, esa era la cuestión.

La recta final

FINALES DE AGOSTO DE 2010

Aunque seguía yendo a rehabilitación, fui a la cita con el traumatólogo de la Clínica San Miguel, cuyo nombre no diré (si luego alguien quiere que le dé los nombres de los médicos se los daré encantado). Llegué con mi madre. Las madres tienen esa peculiaridad de querer ir con el hijo al médico incluso después de cumplir los 15 años y dejar de hacer las revisiones anuales con el pediatra. Es una especie de costumbre protectora. Aunque te manden al proctólogo una madre siempre te querrá acompañar. Da igual que le digas que no, ella te acompañará, y después de reñir con ella y decirle "Mamá ya soy mayor, puedo ir solo", acabará entrando contigo a la consulta.

La Clínica no era tan grande como un hospital, pero tenía de todo. Fuimos a un mostrador largo de madera en el que me pidieron mi tarjeta de la SS. Pasamos a la sala de espera de las consultas de traumatología. No era muy grande y tampoco había mucha gente. Me senté junto a la ventana que estaba entreabierta y pude sentir el aire frío que entraba trayendo un olor a hierba recién cortada. Un jardinero bastante mayor se afanaba en cortar el cesped de los jardines del exterior. Mi madre es maestra, y como funcionaria tiene el seguro privado con el Igualatorio de Navarra. Me contó que ese jardinero trabajaba ahí desde que ella empezó a venir a la Clínica hace ya muchos años. No me extrañaba, pues era un trabajo tranquilo, alejado del alboroto de la ciudad.

Salió un hombre joven vestido con un pijama blanco, seguramente un celador o enfermero, y llamo a un paciente. Éste entró a la consulta del doctor. Estuve esperando unos 15 minutos y finalmente, volvió a salir el hombre de blanco.

- ¡¿Pablo?! - anunció a la sala.

Me levanté y seguí al hombre de blanco, quien entró a la consulta. Entré tras él. Esperaba encontrarme ahí dentro al doctor, sentado frente al ordenador, pero no había nadie. La consulta no era muy amplia. Estaba llena de pósters de plantillas deportivas, y había un esqueleto vestido con una camiseta de algún otro equipo junto a una camilla. El celador se sentó en la silla, se quedó mirando al techo mientras pensaba, y se puso a ojear informes y a teclear cosas en el ordenador. Era joven, tendría unos 32 años. Mi intuición había fallado... otra vez. No era un celador, ni un enfermero, era el doctor vestido con un pijama blanco.

Le conté mi historia, me tumbó en la camilla y me examinó. Le dije que había estado haciendo fisioterapia todo el verano del 2009, y que ahora estaba con la rehabilitación, y que no notaba ninguna mejoría. Me siguió preguntando cósas: cuándo me dolía, cuándo me dejaba de doler, qué esfuerzos realizaba normalmente, etc. Terminó diciéndome que tenía tendinitis en el tendón de aquiles derecho, pero que el dolor que tenía tan localizado en la inserción del calcáneo era mejor mirarlo más detenidamente. Además, el dolor no era exactamente en la inserción del calcáneo, sino algo más abajo.

El médico era muy agradable, gracioso, y daba mucha confianza y seguridad. Se sentó en la silla y me dijo:

- Mmmm... en la radiografía parece todo correcto. Tienes una ligera tendinitis, pero sería mejor hacerte una resonancia magnética. ¿Tú que opinas?
- Pues no sé... tú eres el médico. Haré lo que me digas. - le comenté un poco despistado.
- Bien, entonces haremos eso. Con la resonancia veremos todas las partes blandas, y si en el tendón hay algún problema, se verá.

Y tras explicarme todo bien, nos despedimos, y me fui a pedir vez a Radiología. Me dieron vez para unos días después.

El día de la resonancia llegué muy pronto, antes de la hora. Esperé en la sala de espera, que estaba muy llena, sobre todo de ancianos, seguramente con caderas rotas y cosas de esas. También había otros que esperaban vez para análisis de sangre. Al final entré, me hicieron desnudarme, me puse una bata, y entré a la sala donde estaba el gran aparato de resonancia. Era enorme, y pregunté si me tenía que meter entero. La técnico me dijo que no, que como era el tobillo tan sólo me tendría que introducir hasta la cadera. Me puso una especie de bola de gelatina en el lugar donde tenía el dolor localizado (me dijo que era un marcador), y me puso unos auriculares con música de los 40Principales. Se me olvidó decirle que el volumen estaba muy bajo, así que me pasé los 40 minutos que duró la resonancia oyendo el estruendoso sonido de la máquina.

¡¡¡TAC TAC TAC TAC TAC TAC!!!
¡¡¡PUM PUM PUM PUM!!!
¡¡¡PAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPA!!!
¡¡¡PRRR PRRR PRRR PRRR PRR PRR!!!
¡¡¡PIM PAM PUM PIM PAM PUM!!!

Al final el sonido se desvaneció. Me había pasado los 40 minutos mirando a la luz del techo, y me había entretenido contando las bombillas que había. Me explicó que ya estaba, y salí de la sala.

Cuando volvía a mi casa en coche junto a mi madre pensé en qué me diría el médico cuando viese las imágenes de la resonancia. ¿Sería sólo tendinitis? Tendría que esperar unos días para saberlo.