Hoy era el día esperado. Mi padre me levantó pronto por la mañana. Entró en mi habitación y abrío las persianas dejando que los aún débiles rayos de luz me despertaran. Me había ido tarde a dormir porque estaba algo nervioso. No me gustan los hospitales. Creo que a nadie le gustan.
A las 11:30 tenía vez con el anestesista en la Clínica San Miguel de Pamplona. No suelo desayunar, pero basta que te digan que tienes que estar en ayunas para que te entre hambre. Me duché, me vestí, y salimos en coche hacia Pamplona. Esta vez me acompañaba mi padre, y por el camino me estuvo contando cómo es eso del quirófano ya que a él le habían operado del hombro y de una rodilla. Yo estaba mentalizado, y la verdad es que esa mañana estaba menos nervioso de lo que pensaba que estaría.
Llegamos a la Clínica, aparcamos el coche, y entramos. Esta vez tuvimos que ir a Admisión, donde una mujer de unos 45 años atendía el teléfono mientras tecleaba rápidamente en el ordenador. Tras hacer fila nos tocó. Le dimos el papel que nos había dado el médico, y nos comentó que teníamos que ir a Anestesia, en la primera planta. Tras subir y cruzar un pasillo llegamos. Al lado había una puerta enorme que se abría sola y en la que ponía: PROHIBIDO EL PASO. ZONA QUIRÚRGICA. Por la puerta salía gente vestida con pijama verde. No sabía si eran enfermeros, médicos, o celadores, ya que dentro del quirófano todos visten con pijama verde. Llegó un celador empujando una cama en la que una anciana estaba medio dormida. Abrió la gran puerta y entraron.
Había otra puerta donde ponía CONSULTA ANESTESIA, y otra que decía UCI. Me senté en la sala de espera, y mi padre llamó a la consulta, le abrieron la puerta y entregó mi citación. Tuvimos que esperar poco, unos 10 minutos, y salió una médico con bata blanca (me imagino que sería una médico).
- ¿Pablo? Pasa, por favor.
Mi padre se quedó esperándome y yo entré. Pensaba que la consulta sería grande, con básculas, aparatos para medir constantes, una camilla... pero no. La consulta era pequeña y hacía frío. Tan sólo había una mesa con un ordenador y decenas de carpetas con informes médicos. Había una puerta contigua, y pensé que ahí estaría la camilla y los instrumentos.
La médico era de mediana edad. Tendría unos 40 años. Era rubia y llevaba puesta una bata blanca por encima de su ropa. Era agradable, sonriente, y me inspiró mucha confianza. Eso era bueno.
- Bien Pablo, buenos días. ¿Qué tal? - me dijo sonriente.
- Estoy un poco nervioso - contesté.
Le di el informe del traumatólogo y comenzó a hacerme preguntas: cuánto pesaba, cuánto medía, si fumaba, si tomaba drogas, si era alérgico a alguna medicación...
- Bueno, soy alérgico a los ácaros del polvo - dije tímidamente.
- Vale, bien. Lo apunto, y recuerda comentárselo también al anestesista en el quirófano - contestó sin darle mayor importancia.
Ella lógicamente no iba a ser la anestesista de mi operación, ya que yo tenía la operación por la tarde y no creía que esta médico trabajase mañana y tarde, primero en consulta y después en quirófano.
A las 11:30 tenía vez con el anestesista en la Clínica San Miguel de Pamplona. No suelo desayunar, pero basta que te digan que tienes que estar en ayunas para que te entre hambre. Me duché, me vestí, y salimos en coche hacia Pamplona. Esta vez me acompañaba mi padre, y por el camino me estuvo contando cómo es eso del quirófano ya que a él le habían operado del hombro y de una rodilla. Yo estaba mentalizado, y la verdad es que esa mañana estaba menos nervioso de lo que pensaba que estaría.
Llegamos a la Clínica, aparcamos el coche, y entramos. Esta vez tuvimos que ir a Admisión, donde una mujer de unos 45 años atendía el teléfono mientras tecleaba rápidamente en el ordenador. Tras hacer fila nos tocó. Le dimos el papel que nos había dado el médico, y nos comentó que teníamos que ir a Anestesia, en la primera planta. Tras subir y cruzar un pasillo llegamos. Al lado había una puerta enorme que se abría sola y en la que ponía: PROHIBIDO EL PASO. ZONA QUIRÚRGICA. Por la puerta salía gente vestida con pijama verde. No sabía si eran enfermeros, médicos, o celadores, ya que dentro del quirófano todos visten con pijama verde. Llegó un celador empujando una cama en la que una anciana estaba medio dormida. Abrió la gran puerta y entraron.
Había otra puerta donde ponía CONSULTA ANESTESIA, y otra que decía UCI. Me senté en la sala de espera, y mi padre llamó a la consulta, le abrieron la puerta y entregó mi citación. Tuvimos que esperar poco, unos 10 minutos, y salió una médico con bata blanca (me imagino que sería una médico).
- ¿Pablo? Pasa, por favor.
Mi padre se quedó esperándome y yo entré. Pensaba que la consulta sería grande, con básculas, aparatos para medir constantes, una camilla... pero no. La consulta era pequeña y hacía frío. Tan sólo había una mesa con un ordenador y decenas de carpetas con informes médicos. Había una puerta contigua, y pensé que ahí estaría la camilla y los instrumentos.
La médico era de mediana edad. Tendría unos 40 años. Era rubia y llevaba puesta una bata blanca por encima de su ropa. Era agradable, sonriente, y me inspiró mucha confianza. Eso era bueno.
- Bien Pablo, buenos días. ¿Qué tal? - me dijo sonriente.
- Estoy un poco nervioso - contesté.
Le di el informe del traumatólogo y comenzó a hacerme preguntas: cuánto pesaba, cuánto medía, si fumaba, si tomaba drogas, si era alérgico a alguna medicación...
- Bueno, soy alérgico a los ácaros del polvo - dije tímidamente.
- Vale, bien. Lo apunto, y recuerda comentárselo también al anestesista en el quirófano - contestó sin darle mayor importancia.
Ella lógicamente no iba a ser la anestesista de mi operación, ya que yo tenía la operación por la tarde y no creía que esta médico trabajase mañana y tarde, primero en consulta y después en quirófano.
- ¿Te han operado alguna vez? - me preguntó.
- Sí, a los dos meses de nacer me operaron de una hernia inguinal.
- Vale y, no sabrás por casualidad si tuviste problemas con la anestesia, ¿no?
- No, o por lo menos mis padres nunca me han comentado nada al respecto - le contesté.
- Vale y, no sabrás por casualidad si tuviste problemas con la anestesia, ¿no?
- No, o por lo menos mis padres nunca me han comentado nada al respecto - le contesté.
Siguió preguntándome mil cosas. Enfermedades vasculares, pulmonares, neurológicas... Me preguntó si tenía asma, si tomaba medicación, si había tenido depresiones...
- Vale, todo perfecto. Quédate sentado un momento que te voy a mirar la espalda.
Se levantó y vino hacia mí. Me levantó la camiseta y me palpó la columna vertebral con los nudillos de la mano. Volvió a su sitio, apuntó cosas en su informe, y me dijo:
- Mmm... Te comento, seguramente te pongamos anestesia epidural, pero en el lugar donde te tendríamos que pinchar tienes un granito pequeño. Es muy normal en personas de tu edad. Lo malo es que en la anestesia epidural se inyecta un analgésico en la médula espinal, y si donde te tenemos que pinchar tienes el grano, hay peligro de que pase la infección a la médula espinal, y podríamos crearte una meningitis.
- Ah, vale, y ¿entonces? - pregunté mientras terminaba de asimilar la información.
- Puede que te tengamos que poner anestesia general. Pero eso lo verá mejor el anestesista que esté en tu operación. Yo de momento lo pongo en el informe, pero tranquilo porque seguro que podrá pincharte en otro sitio esquivando ese granito, así que no te preocupes que seguramente al final te pongan la epidural.
- Ah, vale, y ¿entonces? - pregunté mientras terminaba de asimilar la información.
- Puede que te tengamos que poner anestesia general. Pero eso lo verá mejor el anestesista que esté en tu operación. Yo de momento lo pongo en el informe, pero tranquilo porque seguro que podrá pincharte en otro sitio esquivando ese granito, así que no te preocupes que seguramente al final te pongan la epidural.
Asentí con la cabeza, pero me debió ver algo preocupado, porque me preguntó cariñosamente:
- ¿En qué piensas? ¿Tienes alguna duda?
Sí que tenía una duda, pero me daba vergüenza decírsela. Tenía algún amigo que otro a los que habían operado, y me habían dicho que les pusieron una sonda para orinar. Esa sonda que me comentaron es la sonda vesical, y te la meten por la uretra y llega hasta la vejiga urinaria. Sí, sí, te la meten por el agujerito del pene y llega hasta adentro del todo, y sirve para orinar, ya que con la anestesia es normal que se duerman los esfínteres por lo que a veces puedes llegas a estar horas sin orinar hasta que se pase totalmente el efecto de la anestesia. Para evitar retención de orina se introduce la sonda para que ésta salga sola. Sí, lo sé, esta duda es bastante estúpida, pero a mí me daba miedo. No quería que me pusieran sonda, y necesitaba salir de dudas.
- Sí, a ver, esto... sí, tengo una duda. ¿Me van a poner sonda para orinar?
La médico echó una risa floja, y dijo riéndose.
- ¿A ti? ¿Por qué? ¿Acaso tienes problemas al orinar? ¿Te cuesta orinar? ¿Tienes problemas de vejiga?
- No, no. Era sólo por asegurarme, pero es que era una duda importante para mí.
Nos reímos los dos, y me dijo que no me preocupara. Me dio un papel con el que ir a hacerme un análisis de sangre y, mientras salía por la puerta, me dio ánimos, y me fui bastante tranquilo.
Primer paso superado. No había sido para tanto y, feliz, fui con mi padre a hacerme el análisis de sangre. El día aún era joven.
El día era joven así que, ¿qué pasó después? Sigue sigue...
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