domingo, 19 de septiembre de 2010

EL DÍA "D". Parte 4: El post-operatorio

6 DE SEPTIEMBRE DE 2010

El quirófano estaba lleno de gente. Todos me miraban.

- Hay que amputar - decía un cirujano muy alto de ojos grises.
- ¡No, espera, joder, espera! - grité asustado.
- Doctor, no le va a dejar así, estando despierto. Mejor durmámoslo - señalaba una enfermera que estaba situada junto a mí.

El cirujano cogió un serrucho y la enfermera me puso una mascarilla para dormirme, pero seguía despierto. Todo pasaba muy rápido. La gente salía y entraba del quirófano como si fuese un mono de feria, sólo para verme. Noté cómo el cirujano aproximaba la sierra a mi rodilla, y en ese momento desperté. Mi madre estaba sentada en un sillón, y mi padre frente a ella, en una silla bastante incómoda.

- ¡Qué mal! He tenido una pesadilla - balbuceé medio dormido.
- Pero si sólo llevas dormido media hora - comentó mi madre.

Estuvimos un rato hablando, viendo la tele. Yo estaba intentando mover las piernas, pero no podía. La pierna izquierda la podía mover un poco, pero la derecha la tenía totalmente dormida. Como me habían operado del tendón del tobillo derecho, el anestesista me había puesto la epidural de tal forma que la pierna derecha era la que más dormida tenía. Y así pasé la tarde, pellizcándome las piernas y haciendo mucha fuerza para moverlas. Pero era imposible hacer fuerza porque no sentía nada, así que desistí y me centré en mi otro gran problema de la tarde.

Con la anestesia epidural no notas nada de cintura para abajo. Y claro, no sentía mis partes, por lo que no podía orinar. La verdad es que no sentía si tenía ganas o no, pero me imaginé que tendría muchas ya que antes de entrar al quirófano había intentado ir al baño, pero en ese momento entró el celador a afeitarme el tobillo y tuve que quedarme con las ganas. Habían pasado unos 8 horas desde la última vez que fui al baño, así que tenía que hacer algo por lo que me centré en intentar solventar el inconveniente. La enfermera me había dejado un tubo para orinar ya que no podía levantarme de la cama. Me quedé pensando un momento, y justo entonces llegó una enfermera:

- Pablo, ¿qué tal? ¿Cómo te encuentras? - dijo muy simpática.
- Bueno, bien, pero no noto aún nada, y ya han pasado dos horas - le comenté.
- Sí, bueno, tú tranquilo, la anestesia epidural es bastante lenta y tarda mucho en irse. Paciencia - contestó.
- Ya, pero... no puedo mear - dije tímidamente.
- Es normal. De hecho mucha gente se orina en la cama porque con la anestesia epidural no controlas los esfínteres. Te lo digo para que sepas que si te pasa eso es completamente normal.

Me preguntó si necesitaba algo y le dije que tenía mucha sed. No tardó en traerme un zumo. El color del zumo no era muy apropiado para ese momento, pero me lo tomé, pues llevaba casi un día entero sin comer ni beber. Durante la tarde me estuvieron visitando familiares, y todos se iban a la cafetería a tomar algo. A mí me daban mucha envidia, pero era lo que había.

De repente tuve un plan. Cogí el tubo de orinar y me lo coloqué en posición. Pasaría toda la tarde con el tubo puesto en la zona, y así no me mearía en la cama. No quería que me tuvieran que limpiar y cambiar las sábanas.

Y así pasé la tarde, con el tubo colocado y preparado para una posible evacuación forzada. Y mientras me visitaban mis tíos yo fui empezando a notar los pies, luego las piernas enteras... pero no notaba lo importante, y seguía sin poder orinar.

En ese momento llegó el traumatólogo. Estuvo muy poco tiempo y se notaba que estaba bastante cansado. Había estado desde las 15:00 hasta las 20:00 operando. Me dijo que en la operación no había visto nada raro a parte de la tendinitis. Me indicó que dentro de una semana tenía que volver a quitarme las grapas y que entonces me contaría más detenidamente. Me obligó a andar en muletas 15 días y tras responder a las preguntas habituales de mi madre, se fue sonriendo.

Al poco tiempo entró la enfermera, y me preguntó si quería cenar. Le dije que sí porque tenía muchísima hambre. Le dije que aún no había orinado, y me dijo que era normal pero que si en una hora no lo conseguía me tendrían que poner una sonda vesical para evacuar la orina de mi vejiga. Me asusté. No quería que me pusieran una sonda vesical porque el dolor tendría que ser insoportable. Bueno, a mí lo del dolor no me importaba porque tenía todas mis partes dormidas, pero no quería que me metiesen nada por ahí. La enfermera se fue y yo me quedé asustado. Intenté hacer fuerza pero era imposible. No podía hacer fuerza, era como si no tuviese uretra y en su lugar hubiese un vacío. Mi padre se reía, fue al baño y encendió el grifo. Volvió, se sentó, y le dije irritado:

- Te has dejado el grifo abierto. ¿Por qué haces eso?
- Tú piensa en las ganas que tienes de orinar, concéntrate en el sonido del grifo, y haz fuerza - me contestó como si fuese un psicoanalista.

Le hice caso. Hice fuerza, me concentré en el ruido del grifo que, aunque pareciese mentira, me daba ganas de orinar, e hice fuerza.

- Que no, que no funciona, al final me pondrán la puta sonda, y no quiero, juuuu - protesté.

Estaba enfadado conmigo mismo y con mi uretra por hacerme todo esto. ¿Por qué le costaba tanto despertarse? ¿Y si no volvía en sí? Cabreado cogí el tubo que tanto tiempo había estado entre mis piernas, y lo levanté como para tirarlo, pero, para sorpresa mía, pesaba mucho. Lo saqué de debajo de las sábanas y... ¡¡estaba lleno!! Yuhuuuu. Por fin lo había conseguido. Estaba muy contento. Le di el tubo a mi madre quien lo llevó al baño y lo vació. En ese momento entró un chico con una bandeja, me la colocó en la mesilla, y la abrió. Ensaladilla rusa y carne con zanahorias. Yuhuuuu.

Cené, se empezó a ir la gente, y me quedé a solas con mi madre. Eran ya las 22:00. Y mientras mi madre se comía un bocadillo para cenar que le habían traído de la cafetería, yo me puso a ver la tele. Era lunes y echaban "El Internado". Nos quedamos viendo la televisión hasta las 00:00 y después nos fuimos a dormir.

Pasé mala noche porque me dolía mucho el tobillo. Las piernas se me habían despertado y me daban pinchazos en el tendón. Tuvo que venir la enfermera en 3 ocasiones para ponerme medicación intravenosa, y para ponerme el termómetro. No tenía fiebre y al final conseguí dormirme.

Por la mañana siguiente notaba todo mi cuerpo, y me puse contento. El cielo estaba muy nublado y la estampa era bastante deprimente. Vino un chico y me trajo el desayuno. Lo tomé y mi madre empezó a preparar la maleta para irnos. Me quité la bata, me incorporé, y observé cómo tenía toda la cama manchada de yodo ya que me habían untado la espalda con betadine para ponerme la epidural. Intenté levantarme de la cama, fui al baño torpemente, me lavé la cara y los dientes como pude, y me vestí.

Al poco rato llegó una enfermera trayéndonos el informe del traumatólogo. En él ponía lo siguiente:

DIAGNÓSTICO
: Tendinitis aquílea de inserción recalcitrante.
TRATAMIENTO:
Exploración inserción distal de tendón de aquiles derecho. Peinado y liberación de peritendón. Factores de crecimiento (PGF).
ANTECEDENTES PERSONALES:
Sin antecedentes médicos de interés.
INFORME ALTA:
Caminar con ayuda de muletas durante 15 días en régimen de descarga parcial. Acudir en 7 días a consultas externas. Hielo. Medicación.

Cojo, vendado, y con muletas me fui junto a mis padres. Nos despedimos de las enfermeras, les di las gracias por lo bien que me habían tratado, y salimos al aparcamiento.

Mi padre trajo el coche a la entrada y, con ayuda de mi madre, me monté. Nos fuimos de la Clínica rumbo a casa y, en ese mismo momento empezó a llover, a lo lejos cayó un rayo, y luego un trueno estalló haciendo que una bandada de pájaros volase rápidamente bajo el oscuro cielo.

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