6 DE SEPTIEMBRE DE 2010
La sala de Análisis estaba junto a Rayos. Ese día estaba llena de gente, sobre todo de ancianos, por lo que pensé que tendría que esperar mucho tiempo para que me sacaran sangre. Mi padre se acercó a la puerta, llamó y salió una enfermera que cogió el papel con la citación para hacerme los análisis. Me indicó que pasara. Qué rapidez.
La sala era pequeña y había dos mesas donde las enfermeras sacaban la sangre para posteriormente analizarla. Los análisis se hacían en la sala contigua, ya que desde ahí podía ver máquinas y aparatos. En la sala había otra paciente más, una chica rubia con el pelo rizado, joven, cuyos ojos eran muy extraños, totalmente blancos y con una mirada muy profunda. Pensé que era ciega, pero en ese momento se levantó y salío por la puerta con una tirita en el brazo.
- Bien, ahora te toca a ti - me dijo una enfermera muy joven y bastante guapa. Era morena y tenía los ojos azules.
Me senté y me cogió el brazo izquierdo para sacarme sangre.
- Tengo más fácil para sacar el brazo derecho - le comenté.
Hacía un mes me había hecho donante de sangre, y hace dos semana de médula ósea. Mucha gente no conoce qué es ser donante de médula ósea, así que en algún post lo contaré y os animaré a haceros donantes. Mientras tanto os recomiendo la web de la Fundación Josep Carreras contra la leucemia, donde podréis encontrar muchísima información:
http://www.fcarreras.org/es/
Bueno, a lo que iba. La enfermera me cambió de brazo, cogió la aguja, miré para otro lado para no ver el pinchazo, y comenzó a sacarme sangre. Llenó 4 tubitos de extracción y cada uno tenía un tapón de un color. Los tubos de extracción tienen tapones de distintos colores para diferenciar para qué fin se utilizará esa sangre. Cada color representa un aditivo diferente al que se añade la sangre y sirven para conservar la muestra en las mejores condiciones para la realización de cada prueba: los aditivos para diferentes pruebas no son los mismos y la forma de etiquetar para qué vale cada tubo es en función del color de su tapón. No es lo mismo hacer un análisis bioquímico de la sangre que hacer un hemograma.
Terminó de sacarme sangre y me puso una tirita en el brazo, una tirita enorme. Parecía que en lugar de sacarme sangre me hubiese corneado un toro. Salí de la sala de análisis, mi padre se levantó, y nos fuimos.
- ¿Y ahora? - me preguntó mi padre.
- Pues ya está todo. Como tengo menos de 40 años me ha dicho la anestesista que no me tengo que hacer ni placa de torax ni electro, así que hasta las 15:00 no tengo que volver. Podemos aprovechar para que nos digan en admisión si podríamos ingresar ya. - contesté.
Nos dirigimos a admisión. Admisión está al lado de la oficina de "CAJA". Al ser una clínica privada la gente que no dispone de seguro privado si quiere ser atendido tiene que pagar, como en el Hospital Universitario Princeton Plainsboro donde trabaja el doctor House. Mientras esperábamos me imaginé cómo sería una conversación dentro de esa oficina:
- Buenos días. Venía a abonar lo correspondiente a mi estancia aquí - diría cualquier paciente.
- Muy bien señor García. Veo que le han operado de un transplante de corazón, lo que sumado a cinco días de estancia con la correspondiente pensión completa en habitación individual con vistas al exterior supone un total de...
- ¡Un momento, un momento! ¿Me ha descontado la sal del menú? Como estoy operado del corazón no tomé sal.
- Señor, en los hospitales nunca damos sal en las comidas - contestaría la secretaria con voz automática, como de robot.
La oficina de Admisión quedó vacía, y entré. Expliqué que ya había hecho todo el preoperatorio, y que quería saber cuándo podría ingresar, ya que como éramos de fuera preferíamos ingresar ya. La mujer nos señaló que podíamos ingresar cuando quisiéramos, pero que una vez ingresado yo no podría salir de la habitación. Eran las 12:30 y creía que era pronto para ingresar, así que preferí no ingresar aún.
Salí a la calle con mi padre, y nos sentamos en un banco. Vimos pasar autobuses urbanos, pacientes, autobuses, pacientes, autobuses...
- Papá, esto... que he pensado que... Bueno ya sé que he dicho que no quería ingresar aún, pero creo que prefiero estar en la habitación tumbado en la cama y viendo la tele...- indiqué a mi padre.
Así que fuimos al coche, cogí las muletas y la maleta, y nos dirigimos de nuevo a admisión. Hicimos el papeleo, y nos acompañó hasta la habitación, en el ala nueva de la clínica que, según me contó mi padre, habían hecho hace pocos años.
La habitación era muy amplia, individual, con televisión de plasma en la pared, unas ventanas enormes por donde entraba muchísima luz, y aire acondicionado. Me gustó eso de tener aire acondicionado. No me gusta pasar calor. Y la cama... la cama era la típica cama de hospital.
La televisión valía 4 euros al día, y había que contratarla en recepción. Era más barata que en cualquier otro hospital, donde normalmente las televisiones funcionan con monedas. Y mientras mi padre bajo a recepción para pedir la televisión, yo me quedé en la cama tirado como si estuviese en la habitación de un hotel.
Me habían dicho que seguramente me operasen a última hora de la tarde, así que saqué el libro de El símbolo perdido, de Dan Brown, y lo dejé sobre la mesilla esperando a leerlo. Lo que no sabía era que, pocas horas después y antes de lo previsto, me iban a venir a buscar para llevarme a quirófano.
La sala de Análisis estaba junto a Rayos. Ese día estaba llena de gente, sobre todo de ancianos, por lo que pensé que tendría que esperar mucho tiempo para que me sacaran sangre. Mi padre se acercó a la puerta, llamó y salió una enfermera que cogió el papel con la citación para hacerme los análisis. Me indicó que pasara. Qué rapidez.
La sala era pequeña y había dos mesas donde las enfermeras sacaban la sangre para posteriormente analizarla. Los análisis se hacían en la sala contigua, ya que desde ahí podía ver máquinas y aparatos. En la sala había otra paciente más, una chica rubia con el pelo rizado, joven, cuyos ojos eran muy extraños, totalmente blancos y con una mirada muy profunda. Pensé que era ciega, pero en ese momento se levantó y salío por la puerta con una tirita en el brazo.
- Bien, ahora te toca a ti - me dijo una enfermera muy joven y bastante guapa. Era morena y tenía los ojos azules.
Me senté y me cogió el brazo izquierdo para sacarme sangre.
- Tengo más fácil para sacar el brazo derecho - le comenté.
Hacía un mes me había hecho donante de sangre, y hace dos semana de médula ósea. Mucha gente no conoce qué es ser donante de médula ósea, así que en algún post lo contaré y os animaré a haceros donantes. Mientras tanto os recomiendo la web de la Fundación Josep Carreras contra la leucemia, donde podréis encontrar muchísima información:
http://www.fcarreras.org/es/
Bueno, a lo que iba. La enfermera me cambió de brazo, cogió la aguja, miré para otro lado para no ver el pinchazo, y comenzó a sacarme sangre. Llenó 4 tubitos de extracción y cada uno tenía un tapón de un color. Los tubos de extracción tienen tapones de distintos colores para diferenciar para qué fin se utilizará esa sangre. Cada color representa un aditivo diferente al que se añade la sangre y sirven para conservar la muestra en las mejores condiciones para la realización de cada prueba: los aditivos para diferentes pruebas no son los mismos y la forma de etiquetar para qué vale cada tubo es en función del color de su tapón. No es lo mismo hacer un análisis bioquímico de la sangre que hacer un hemograma.
Terminó de sacarme sangre y me puso una tirita en el brazo, una tirita enorme. Parecía que en lugar de sacarme sangre me hubiese corneado un toro. Salí de la sala de análisis, mi padre se levantó, y nos fuimos.
- ¿Y ahora? - me preguntó mi padre.
- Pues ya está todo. Como tengo menos de 40 años me ha dicho la anestesista que no me tengo que hacer ni placa de torax ni electro, así que hasta las 15:00 no tengo que volver. Podemos aprovechar para que nos digan en admisión si podríamos ingresar ya. - contesté.
Nos dirigimos a admisión. Admisión está al lado de la oficina de "CAJA". Al ser una clínica privada la gente que no dispone de seguro privado si quiere ser atendido tiene que pagar, como en el Hospital Universitario Princeton Plainsboro donde trabaja el doctor House. Mientras esperábamos me imaginé cómo sería una conversación dentro de esa oficina:
- Buenos días. Venía a abonar lo correspondiente a mi estancia aquí - diría cualquier paciente.
- Muy bien señor García. Veo que le han operado de un transplante de corazón, lo que sumado a cinco días de estancia con la correspondiente pensión completa en habitación individual con vistas al exterior supone un total de...
- ¡Un momento, un momento! ¿Me ha descontado la sal del menú? Como estoy operado del corazón no tomé sal.
- Señor, en los hospitales nunca damos sal en las comidas - contestaría la secretaria con voz automática, como de robot.
La oficina de Admisión quedó vacía, y entré. Expliqué que ya había hecho todo el preoperatorio, y que quería saber cuándo podría ingresar, ya que como éramos de fuera preferíamos ingresar ya. La mujer nos señaló que podíamos ingresar cuando quisiéramos, pero que una vez ingresado yo no podría salir de la habitación. Eran las 12:30 y creía que era pronto para ingresar, así que preferí no ingresar aún.
Salí a la calle con mi padre, y nos sentamos en un banco. Vimos pasar autobuses urbanos, pacientes, autobuses, pacientes, autobuses...
- Papá, esto... que he pensado que... Bueno ya sé que he dicho que no quería ingresar aún, pero creo que prefiero estar en la habitación tumbado en la cama y viendo la tele...- indiqué a mi padre.
Así que fuimos al coche, cogí las muletas y la maleta, y nos dirigimos de nuevo a admisión. Hicimos el papeleo, y nos acompañó hasta la habitación, en el ala nueva de la clínica que, según me contó mi padre, habían hecho hace pocos años.
La habitación era muy amplia, individual, con televisión de plasma en la pared, unas ventanas enormes por donde entraba muchísima luz, y aire acondicionado. Me gustó eso de tener aire acondicionado. No me gusta pasar calor. Y la cama... la cama era la típica cama de hospital.
La televisión valía 4 euros al día, y había que contratarla en recepción. Era más barata que en cualquier otro hospital, donde normalmente las televisiones funcionan con monedas. Y mientras mi padre bajo a recepción para pedir la televisión, yo me quedé en la cama tirado como si estuviese en la habitación de un hotel.
Me habían dicho que seguramente me operasen a última hora de la tarde, así que saqué el libro de El símbolo perdido, de Dan Brown, y lo dejé sobre la mesilla esperando a leerlo. Lo que no sabía era que, pocas horas después y antes de lo previsto, me iban a venir a buscar para llevarme a quirófano.
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